El asunto se ha comentado mucho y ahora resulta bastante obvio. Quizás es lo único sobre lo que existe un amplio consenso. Estamos presenciando una gran polarización en la sociedad. La discrepancia ideológica se ha transformado en un odio cainita. Y algunos están haciendo negocio con ello. Tras el auge de los nuevos extremismos, perfectamente instalados en un buen número de democracias liberales, casi todos los partidos parecen estar asumiendo, en mayor o menor medida, los discursos más radicales y populistas, algunos por convicción (o conversión) y otros por supervivencia. Se escuchan más insultos y amenazas en boca de los políticos, quienes utilizan un lenguaje belicoso y recurren a las cuestiones personales para atacar a sus adversarios. Vivimos una época confusa que nos recuerda otros periodos oscuros. Pero, ¿cómo fueron esos periodos oscuros? ¿De qué hablamos cuando hablamos de guerracivilismo?

En Estados Unidos, la historiadora Joanne Freeman ha publicado un libro muy interesante, The Field of Blood, que responde a esas preguntas. Para ello, la profesora de la Universidad de Yale sigue los pasos de Benjamin Brown French, un hombre que, después de ejercer de abogado y periodista, se trasladó a Washington DC, donde se convirtió en un secretario del Congreso y en un perspicaz observador de la realidad política. French relató en sus diarios (1828-1870) numerosos casos de violencia física protagonizados por cargos públicos durante el periodo anterior a la guerra de secesión estadounidense. A lo largo de treinta años se produjeron más de setenta incidentes violentos relacionados con congresistas y senadores. Aunque en las cámaras estatales tampoco imperaba el civismo más ejemplar. En 1837, un diputado insultó al presidente de la Asamblea de Arkansas. El presidente, ofendido, lo mató con un cuchillo a puñaladas. Después de ser absuelto de homicidio involuntario y posteriormente reelegido, esta misma persona intentó apuñalar a otro legislador durante otro debate, pero en aquella ocasión los disparos al aire de sus compañeros le hicieron cambiar de opinión. En 1858, las asambleas de Nueva York y Massachussets acabaron a puñetazos.

El caso más conocido en el Congreso es el de Charles Sumner (Massachussets) y Preston Brooks (Carolina del Sur). Sumner, un célebre defensor de la causa abolicionista, pronunció un discurso muy duro contra la esclavitud. A Brooks no le había sentado bien aquella alocución porque, entre otras cosas, Sumner había insultado personalmente a un pariente suyo, Andrew Butler, y decidió acudir al despacho de su adversario y pegarle una paliza con su bastón hasta dejarlo inconsciente. Sumner consiguió recuperarse de las heridas y Brooks volvió a ganar las elecciones en su estado. Ambos se convirtieron en héroes. El primero para el Norte y el segundo para el Sur. Freeman, repasando la documentación sobre el suceso, percibió que el principal reproche que le hicieron al agresor fue que, al menos, debería haber avisado al agredido sobre sus intenciones, pues había pillado a este desprevenido.

El libro de Freeman no solo documenta los numerosos duelos, tiroteos, peleas y puñaladas que tuvieron lugar dentro y fuera de las cámaras legislativas de la nación, sino que también describe un proceso de transformación en las mentalidades y los sentimientos de muchos ciudadanos que luego combatirían en los dos bandos de la guerra civil. La división trascendía las causas mayores, como la esclavitud y la economía. Lo que primaba por encima de todo era el sentido de pertenencia a una comunidad cuya identidad se originaba en el desprecio hacia la otra mitad del país. Freeman lo llama "la lógica emocional de la desunión". Fueron aliándose con "los suyos" a medida que iban odiando a "los otros". Ahora, afortunadamente, los políticos no solucionan sus problemas retándose en un duelo o pegando bastonazos. Pero convendría recordar que el comportamiento de los representantes de hoy en ocasiones es un reflejo, a pequeña escala, del comportamiento de los representados del mañana.