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Librería Seoane versus Luís Martínez Gendra

Creada en 1973 tras una sonada ruptura comercial, permaneció abierta treinta años hasta que un desahucio provocó su cierre en 2003 (y 4)

El cisma abierto entre Luís Martínez y Manolo Seoane a principios de 1973 no fue una ruptura cualquiera, ni muchísimo menos. Todo el mundo sabía bien en esta ciudad, porque podía comprobarlo en cada visita, el papel fundamental que desempeñaba el segundo en el establecimiento de la Oliva, propiedad del primero.

Seoane para aquí, Seoane para allá; Seoane no paraba un minuto y era capaz de atender a varios clientes al mismo tiempo y a plena satisfacción en un plis plas. Seoane era un portento comercial que no tenía precio.

Después de treinta y cinco años de trabajo impagable, fidelidad plena y honradez absoluta, Manuel Seoane Estévez había hecho méritos más que sobrados para convertirse en el sucesor natural de don Luís y garantizar así la continuidad del negocio durante mucho más tiempo. Entonces creyó que había llegado el momento de mejorar su estatus laboral dentro de la preciada librería, en donde había pasado más horas que en su propia casa, y a la que había dedicado más tiempo que a su propia familia.

Sin embargo, el único jefe al que conoció en su adolescencia y al que siempre rindió cuentas hasta el último céntimo, no aceptó el planteamiento de su hombre de confianza. A sus 67 años, don Luís pensó que tenía cuerda para rato y que, por tanto, aún era pronto para pensar en una jubilación tranquila, pese a que su vista maltrecha ya había derivado en una ceguera total.

Paco y Conchita Seoane, que también fueron empleados de Luís Martínez durante muchos años -y no unos empleados cualquiera- siguieron a Manolo en su airada salida y junto a un cuarto hermano, José -que trabajaba en el Banco de España-, se asociaron para montar la librería Seoane. También una quinta hermana, Loli, igualmente trabajó allí.

El gran empresario Pin Malvar ofreció a los hermanos Seoane otra muestra de su ponderada generosidad, al ofrecer las máximas facilidades en el montaje de su nueva librería. No solo realizó la rehabilitación de la antigua tienda de coloniales de la familia Prieto en la calle García Camba nº 6, al lado de la imprenta Couceiro. El constructor pontevedrés también aceptó el pago fraccionado de dicha obra para no agobiar su situación económica, necesariamente precaria en unos comienzos siempre difíciles.

Seoane aprovechó al máximo aquel espacio disponible en el bajo y la entreplanta. En esta ubicó la sección de librería -con la excepción de los libros de texto y religiosos- e instaló en aquel la sección de papelería y demás servicios. Es decir, que centraron el negocio en aquello que habían hecho toda su vida y, por tanto, conocían bien por experiencia propia, dejando a un lado cualquier otra aventura dudosa.

Lo cierto y verdad fue que Manolo Seoane y sus hermanos atrajeron un sinfín de amigos y clientes que habían cultivado y hasta mimado durante sus años de empleados en Luís Martínez. Al parecer, no le fallaron muchos y eso mismo ocurrió con los proveedores más antiguos, quienes sabían bien que una palabra de Seoane era ley. Otra cosa distinta resultaron las instituciones y empresas, a quienes hubo que ganarse, una a una, en dura competencia.

Librería Seoane hizo honor a su nombre y mimó al libro más que a ningún otro producto. Al mismo tiempo, se benefició del notable auge editorial en España desde los años 70, incluido también el boom del libro en gallego que surgió un poco más tarde.

Su gran escaparate al lado derecho de la entrada al establecimiento conformaba, tanto en horizontal como en vertical, un excelente muestrario de las últimas novedades recién salidas al mercado, que prácticamente renovaba a diario para no perder comba. En cuanto llegaba una publicación de cierto interés para un público determinado, no se esperaba al día siguiente para hacerle un hueco y ponerla a la venta.

Durante mucho tiempo, Seoane mantuvo en FARO una sección muy seguida sobre novedades editoriales, en donde recomendaba una obra nueva cada semana por cualquier interés determinado.

Y con respecto a los libros especializados, cultivó las materias más diversas, desde la religiosa a la taurina, pasando por los temarios para preparar oposiciones y también las guías turísticas o gastronómicas, muy demandadas por un público cada vez más viajero.

La papelería constituyó el otro pilar de Seoane, cuando todavía ocupaba un lugar primordial en la actividad cotidiana, tanto en domicilios familiares, como en despachos, empresas, oficinas y entidades. Sobre todo, el material de escritura en todas sus facetas: libretas, blocks, carpetas, plumas, rotuladores, bolígrafos, lápices, pinturas, tinteros y un largo etcétera. Montblanc, Parker, Watterman o Sheaffer, allí podía encontrarse un completo surtido de estilográficas de las marcas más acreditadas.

Al final de sus treinta años de actividad ininterrumpida, Seoane vivió la irrupción de la informática y despachó los primeros consumibles, especialmente cartuchos y toners. Incluso vendió también ordenadores infantiles en las campañas de Reyes.

A partir del año 2001, una amenaza de desahucio oscureció el futuro de la librería. Ante un mercado inmobiliario totalmente desbocado, la propietaria del inmueble solicitó la declaración de ruina del viejo edificio a causa de su mal estado. Por su parte, Paco Seoane, entonces administrador-gerente, reclamó la reparación de humedades y goteras a la dueña, al tiempo que rechazó sin éxito su pretensión de derribo ante el Ayuntamiento.

Cuando una sentencia judicial estableció la declaración de ruina del inmueble, la librería tramitó un expediente de regulación de empleo que no aceptó la Consellería de Asuntos Sociales. Entonces se declaró en quiebra y despidió a sus ocho trabajadores, con el lío consiguiente.

El asunto se envenenó más todavía en los meses siguientes, porque a la demanda laboral por despido improcedente que presentaron los empleados en defensa de sus intereses, se unió una denuncia penal de Seoane SL contra la propietaria del local y el arquitecto municipal, por supuestos delitos de estafa y falsedad documental en la declaración de ruina del edificio. O sea, palabras mayores. El fiscal no acusó y finalmente la denuncia no prosperó.

FARO anunció el cierre de Seoane el 3 de junio de 1993. Al día siguiente, trasladó todos sus enseres a un local de la calle Leiras Pulpeiro, donde procedió a su liquidación. Y la librería desapareció un mes más tarde.

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