La experiencia atesorada hasta el momento debería ser suficiente para aclarar que la disyuntiva entre salud y economía solo puede existir en el muy corto plazo. En particular, cuando estás en un nivel de incidencia muy baja, como el de Galicia en junio y julio, olvidarnos de las restricciones y hacer vida como antes (fiestas de todo tipo, locales de ocio a pleno rendimiento, movilidad plena) permite ganar en actividad y dinamismo económico sin que, aparentemente, perdamos nada en salud. Pero es un espejismo. A medio plazo, la curva de contagios se dispara de nuevo, la gente vuelve a asustarse, las expectativas comienzan a empeorar e incluso aquellos cuyos negocios vivieron un respiro durante unas semanas, se ven obligados a paralizar e incluso cerrar por mucho más tiempo. Peor aún: las olas marean a la gente y arruinan las decisiones económicas de gasto e inversión.
