En uno de sus últimos libros, publicado en 2011, el historiador John Lukacs se detuvo a reflexionar sobre un curioso fenómeno relacionado con su disciplina académica. En 1960, surgió en todo el mundo un interés intenso por la historia distinto al de otras épocas, extendiéndose entre algunos pueblos que hasta entonces no parecían tan preocupados por las narraciones sobre el pasado. Las conmemoraciones de ciertos episodios comenzaron a celebrarse con una mayor ostentación y con un mayor número de participantes. En el bicentenario de la Declaración de Independencia en Estados Unidos en 1976, por ejemplo, se produjeron varios eventos de toda clase en distintos lugares del país, incluyendo desfiles con barcos de vela, mientras que, en 1876, los festejos se habían limitado a la exposición de unas esculturas de los padres fundadores y las novedades de la industria estadounidense.

Este fenómeno no solo se contemplaba en los homenajes y aniversarios sino también en los trabajos de divulgación. Las revistas especializadas destinadas al gran público, casi inexistentes antes de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a publicarse en muchos países, acumulando un buen número de suscriptores. Lo mismo sucedió con otros tipos de relatos, como las novelas, las películas y los documentales. Incluso se multiplicaron las sociedades históricas locales que conservan objetos y documentos antiguos. Lo paradójico, señalaba Lukacs, es que, a pesar de ese supuesto interés por la historia, "la gente sabe menos historia que sus antepasados". Y esto resulta llamativo en los políticos, quienes "hablan y votan a favor de la preservación histórica", pero en muchas ocasiones manifiestan un total desconocimiento sobre acontecimientos que, sin embargo, no dudan en explotar para beneficiarse electoralmente de ellos o para justificar decisiones que resultan impopulares.

No se puede decir que ese interés por la historia o por los personajes históricos haya disminuido desde que el historiador húngaro publicó este libro. La guerra civil, en España, sigue siendo un asunto de actualidad, incluso eclipsando a una pandemia que, además de provocar muertes, está arruinando al país. Esta semana, el Ayuntamiento de Madrid anunció que retirará las calles de los dirigentes socialistas Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto haciendo uso de la Ley de Memoria Histórica aprobada por un presidente del PSOE. Algunos suelen recurrir a referencias de otros países o de otros siglos. El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, rendió un homenaje al "Che" Guevara en las redes sociales por "el odio" que suscita en "la derecha reaccionaria". El líder de Vox, Santiago Abascal, apareció una vez en una foto con un casco de los tercios de Flandes reivindicando la Reconquista.

Lukacs decía que hay mucha "hambre" de historia pero muy poca "alimentación". Podríamos añadir "sana". El interés o la fascinación por la historia no surge tanto de un interés por el conocimiento de un periodo histórico concreto como por los debates historiográficos que dicho periodo generó, los cuales suelen abordarse casi siempre de una manera superficial y tendenciosa, buscando en los historiadores lo mismo que muchos lectores y oyentes tratan de encontrar en los medios de comunicación: reafirmarse en sus ideas. Y cierran los libros de la misma manera que los abrieron, con la satisfacción de hallar lo que en realidad ya decían conocer, cuando el objetivo inicial de una investigación no es jugar en un parque de atracciones interpretando el personaje que más nos atrae, sino un descubrimiento, a veces de lo equivocados que estábamos al dejarnos guiar por nuestros prejuicios.