Opinión

Una ceguera irremediable

Antes de iniciarse en el comercio, Luís Martínez Gendra se volcó en el atletismo durante su adolescencia. Por esa razón, en 1927 rubricó el acta fundacional de la Sociedad Gimnástica que promovió el capitán Leonardo Enríquez, y formó parte de su primera directiva como tesorero.

Entonces usaba unas gafas con cristales muy gruesos, de culo de botella, pero aún veía mal que bien. Esa deficiencia ya notable, no le impedía ni correr, ni saltar, sus dos especialidades deportivas.

El benjamín de aquel grupo pionero del atletismo pontevedrés no fue otro que Amancio Landín Carrasco, quien dio testimonio personal de la accidentada finalización de la trayectoria atlética de Luís. Una noche mientras entrenaba en la improvisada pista de la avenida del Uruguay, junto al edificio del Liceo Gimnasio que hacía las veces de cuartel general, el joven se precipitó al Lérez. Entre la escasa visibilidad ambiental y su propia merma, el accidente estaba cantado. Sus compañeros enseguida rescataron a Luís de las aguas, pero perdió sus lentes en el fondo del río. Aquel accidente truncó su carrera deportiva, aunque continuó ligado a la entidad como responsable de la sección de gimnasia.

Su pérdida de visión fue a más de forma progresiva y ni el eminente doctor Barraquer, a quien consultó en Barcelona, pudo hacer nada por evitar su ceguera total a mediados de los años 60. Esa fatalidad no le impidió frecuentar su negocio a diario, tras memorizar el camino desde su domicilio en la plaza de Galicia hasta el comercio de la calle de la Oliva, aunque habitualmente iba acompañado por un empleado que tenía encomendada dicha misión de lazarillo ocasional.

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