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Cara y cruz de Clemente y Luís Martínez Gendra

Los dos hermanos multiplicaron el prestigio de la casa comercial abierta por su padre, pero pagaron un alto precio personal por circunstancias diferentes (2)

1930 fue el año que enmarcó el despegue fulminante de Hijos de Luís Martínez, con la segunda generación al frente del negocio iniciado por su señor padre, que contamos el domingo pasado. Como hermano mayor, Clemente llevaba la voz cantante entonces, aunque secundado por Luís, que empezaba su lucha contra una ceguera incipiente.

Al acometer la adquisición de El Siglo aquel mismo año, los hermanos Martínez Gendra realizaron una magnífica inversión: no solo ampliaron el negocio familiar con aquel establecimiento señero, sino que también eliminaron por absorción a su competidor más directo.

A partir de entonces, Hijos de Luís Martínez dispuso de tres grandes divisiones: la sede central siguió en la plaza de Curros Enríquez, el taller de impresión en la calle San Sebastián, y la sucursal de la calle de la Oliva (antes El Siglo). Papelería, librería, encuadernación, impresión, objetos de escritorio, sellos de caucho y menaje para escuelas, en la primera, mientras que artículos religiosos, instrumentos de cuerda y viento, gramófonos y discos, así como objetos de regalo, se concentraban en la última, con la segunda de comodín.

Cuando estalló la Guerra Civil ya trabajaban allí Manuel Seoane, Diego Arribas, Manuel Dobarro, Enrique Lago y Carlos Ramos, junto al propio Clemente Martínez Gendra. Juntos recibieron un requerimiento del Sindicato de Empleados Mercantiles en febrero de 1937, quizá relacionado con su situación militar. Ellos pusieron los cimientos de aquella casa comercial, con Seoane como enorme pilar. Él conocía a cada cliente por su nombre y procesaba cada encargo con mimo en su privilegiada cabeza, sin un solo olvido.

Luís Martínez fue a lo largo de su historia una escuela de comercio para sus empleados: desde Margarita, la cajera, hasta Somoza, el viajante, pasando por Paco Seoane, Luís García, José Manuel Vázquez, Mercedes, Conchita, Alfonso, José Antonio, Ignacio, Jorge, Loli, Amparo, Rosy?.Imposible citarlos a todos, pero algunos se dejaron allí media vida.

La incidencia traumática de la Guerra Civil cambió los papeles de los hermanos Clemente y Luís. Tras la detención y condena del primero por su pasado republicano, el segundo se hizo cargo del negocio con su nombre por delante como garantía. Otro tanto ocurrió con los locales de Curros Enríquez y Oliva: este pasó a sede principal y aquel a mera sucursal, al revés que antes.

Entre los años 40 y 70, la librería Luís Martínez se convirtió en una institución. Aquí viene al pelo aquello de "Tú no eres de Pontevedra si"?.nunca compraste algo o te regalaron algún objeto de Luís Martínez: una novela de éxito; un libro de texto; una estilográfica de marca; un gramófono o un disco; una partitura musical; una guitarra o un piano; una silla o un coche de niño, una imagen religiosa, una figurita del nacimiento o un ornamento sagrado?.Había casi de todo, y tener cuenta abierta allí con pago a fin de mes constituía un signo de respetabilidad social como gente de fiar.

Ir allí era como ir a una fiesta. El regocijo empezaba en sus magníficos escaparates de grandes cristaleras enmarcadas por maderas nobles. Cada renovación de sus grandes expositores era acogida con gran curiosidad. Y el alborozo continuaba en su interior, a lo largo del pasillo central, con mostradores corridos, más largo por la derecha con acceso a las salas contiguas de música y filatelia, y más corto por la izquierda, con vitrinas de cristales, paredes repletas de objetos y mercancías; la librería al fondo y la caja junto a la puerta, donde Margarita cobraba la notita a lápiz entregada por el vendedor al cliente o anotaba el débito en la cuenta de cada quien.

Como papelería no tenía rival, cuando la escritura era una práctica cotidiana (sin móvil ni Internet). Como librería estaba siempre al tanto de cualquier novedad editorial, tanto para niños como para mayores. Y en el tardofranquismo hasta se atrevía a conseguir algunos títulos prohibidísimos para sus clientes de máxima confianza, que aún viven y lo recuerdan bien.

"La festividad de los Reyes es ocasión para iniciar a vuestros hijos en la formación de su biblioteca"?."Luís Martínez os ofrece el juguete de instrucción y recreo adaptado a la mentalidad de cada niño"?."La mejor herencia de vuestros hijos será la cultura y educación que le proporcionéis eligiendo buenos libros"?.Sus anuncio publicitarios huían del sensacionalismo y conllevaban un mensaje claramente moralista, aunque siempre con el libro como bandera.

Todavía se recuerda ahora que Luís Martínez fue la segunda librería que más ejemplares vendió en Galicia de la popular Enciclopedia Álvarez, y como tal recibió el oportuno reconocimiento de la Editorial Miñón.

Como almacén de música, nutrió de los mejores instrumentos a las orquestas que tanto proliferaron en aquel tiempo, y a los alumnos del Conservatorio Elemental. El maestro Antonio Moldes contó que allí compró su primera partitura del método Eslava con dos pesetas que birló a su madre cuando era un niño. Posteriormente, los chavales que formaron los primeros conjuntos pop también adquirieron allí sus primeras guitaras, como Javier Albatros cuando se llamaba Frank Jarber o Luís Nodar "Queimada".

También en coches y sillas para niños, ofertaba a los papás menos experimentados los reconocidos modelos de la casa Villar. Y a los melómanos más exigentes recomendaba el tocadiscos Thorens, de fabricación suiza, para disfrutar de los microsurcos de La Voz de su Amo, Columbia, Odeón o Regal. En 1945 vendió el disco grabado por la Polifónica con música religiosa y medieval, desde las Cantigas de Amigo, al Ave María de Luís de Victoria.

La sucursal de Curros Enríquez reabrió a principios de los años 50 tras una profunda reforma y concentró allí una asombrosa oferta de artículos religiosos y ornamentos sagrados. Por esa singular especialización, también estableció un vínculo permanente con la organización de Semana Santa y el Corpus. Aquella proyección religiosa tuvo su recompensa en ocasión señalada en 1966 con la visita del obispo de Tui-Vigo, José López Ortíz, a una magnífica exposición conmemorativa de unas bodas de oro sacerdotales. Ramón Carragal fue mucho tiempo su empleado de referencia.

De todo esto y mucho más se deduce que las segundas partes de Luis Martínez fueron buenas, hasta que su trayectoria comenzó a torcerse desde los años 70, tal y como contaremos la próxima semana.

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