Opinión
Julio Picatoste
Hacer tiempo
Cestas para el agua del tiempo. Y el tiempo se escapa
(F. Umbral)
Paseo por el puerto. Un hombre toma el sol en un banco; algo le pregunta otro paseante, y el primero responde: "Pues aquí, haciendo tiempo".
Maravillosa expresión: hacer tiempo, como si le fuera dado al hombre hacer o crear tiempo ¡Qué más quisiéramos! Sería tanto como crear, forjar vida. Sin embargo, lo que la experiencia nos enseña es que no solo no podemos hacer tiempo, sino que es este el que nos va consumiendo a medida que nuestro tiempo se agota, y con él nuestra existencia. Se preguntaba Ciorán si no era llegada la hora de declararle la guerra al tiempo, que es nuestro enemigo común. Tal vez no nos convenga; el tiempo es más viejo, más antiguo y más constante que nosotros. Ya estaba aquí cuando vinimos, y aquí seguirá cuando nos vayamos. Por eso será mejor pactar con él. Llegar a un acuerdo inteligente de convivencia. En realidad, no hay otra opción. Rebelarse contra el tiempo es cosa inútil.
Pero si no podemos hacer tiempo, las circunstancias sí pueden alterar nuestra percepción haciéndolo más lento o más veloz. Siempre nos parece más largo el viaje de ida que el de vuelta; en una conferencia tediosa el tiempo discurre muy lentamente; en el amor, se hace corto, siempre nos sabe a poco, y es interminable en la desdicha. Se dice, incluso, que es también distinta su percepción entre las gentes del norte y las del sur, por razones de cultura o de horas de luz.
Deseamos a veces que el tiempo se detenga y haga perdurable el momento dichoso. Pero si el tiempo para, todo para, y cesa todo movimiento, ya que este no se concibe sin aquel.
De vuelta de mi paseo vine dándole vueltas a eso del tiempo. Porque ¿qué es el tiempo? Es conocida la respuesta de San Agustín: "¿Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quiero explicarlo a quien me pregunta, no lo sé." Pero lo que sí hace el obispo de Hipona, es vincularlo a la creación, por lo que, antes de esta, no existiría el tiempo. La respuesta es coherente y lógica desde la óptica dualista del judaísmo y el cristianismo. No lo sería, sin embargo, para los monistas.
Pudiera parecernos que la eternidad está hecha de tiempo, pero diría que son dos realidades distintas. La eternidad está fuera del tiempo; este es medible, fraccionable, la eternidad no. El tiempo fluye, pasa, la eternidad no. La eternidad, en suma, es atemporal.
El concepto y la esencia del tiempo nos resultan inaprehensibles, pese a ser el álveo de nuestra propia existencia. Como explicaba García Morente, el tiempo es el cauce donde todo lo que acontece, acontece; está ya de antemano puesto ahí, es un "a priori" con independencia de la experiencia.
Precisamente porque el tiempo es inasible tendemos a vincularlo a otras realidades que nos permiten medirlo y, en cierto modo, visualizarlo. Así, asociamos el paso del tiempo al movimiento en el espacio; por ejemplo, el recorrido de las agujas por la esfera del reloj, o el tránsito de la tierra alrededor del sol, o el goteo de la clepsidra, o en los relojes de arena, la caída continua del finísimo hilo de gránulos.
Fuimos dotados de sentidos -sensores- para conocer el mundo que nos rodea: los aromas y sabores, el frío y el calor, la luz y la penumbra, la rumorosa respiración del mar, el sibilante soplo del viento. Carecemos, sin embargo, de sentido alguno que nos permita percibir o captar el paso del tiempo, no hay en nuestro cerebro sensor alguno para tan delicado y sigiloso fluir. Sin embargo, sí parece conocer el tiempo de alguna manera porque, sin nuestra intervención, se organiza en ciclos de vigilia y sueño.
Afortunadamente, nuestro cerebro sí cuenta con recursos para asegurar la memoria y con ella la custodia de los recuerdos (el hipocampo, el lóbulo temporal, la corteza prefrontal); eso nos permite dirigir la mirada hacia el pasado con una perspectiva de profundidad y distancia que nos ayuda a "ver" y sentir el tiempo.
Nos referimos al tiempo de tres modos: pasado, presente y futuro; pero pasado y futuro, en rigor, no son; el primero ya no es; el segundo aún no es; y el presente está dejando de ser constantemente. Miramos pasado y futuro de modo diverso; para acudir al pasado, avivamos la memoria, hurgamos en los recuerdos; del futuro, no cabe otra cosa que imaginar, soñar, esperar. El tiempo no se deja ver si lo miramos de frente porque está constantemente mudando. Parece que solo lo sentimos cuando ha pasado y lo descubrimos en el surco que deja.
Llego a casa; desde mi rincón de trabajo observo las Cíes, majestuosas, poderosas. Con frecuencia, su contemplación me lleva a pensar en el tiempo. Ellas lo han visto todo, mientras el tiempo pasaba. Representan la quietud rocosa y persistente de milenios que hace de contrapunto del tiempo, en constante movimiento, como el mar inquieto que las rodea.
¡El tiempo, qué inmenso enigma! Los científicos se afanan por reconstruir y comprender la historia del universo, que es tanto como la historia misma del tiempo. Y nosotros, que formamos parte de la química de ese universo, estamos hechos de tiempo y polvo de estrellas.
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