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Juan Gaitán

Muerta de hambre

¿Cómo se responde al dolor, al miedo, a la incertidumbre? ¿Cómo se nombra lo amado, lo perdido, lo soñado? ¿Cómo encontramos nuestra voz, nuestra mirada, nuestra emoción, si no es en la voz, en la mirada, en la emoción del otro?

La cultura, que alguien definió como "un catálogo de soluciones", construye el armazón vital que nos permite responder a todas esas preguntas. La cultura establece enlaces, vínculos, articulaciones, puntos de encuentro, comunicación, humanidad.

Quizás usted, como yo mismo, como cualquiera, no entienda qué le está pasando. El ser humano es un animal inexplicable esencialmente para sí mismo, pero es también el único capaz de encontrar respuestas en la creación de sus semejantes, y ese lugar de diálogo, de reflexión y de encuentro que atraviesa las edades, que permite que Homero o Mozart o Heidegger nos hablen al oído y nos consuelen, es la cultura.

La cultura sirve para entender el mundo o, cuando menos, para hacerlo navegable. Si vivir fuese solo sobrevivir, poca vida sería. La cultura, la creación, sirve para nombrar lo innombrable, para darle cuerpo y forma. Sé de lo que hablo. Velé la agonía de mi padre leyendo "Industrias y andanzas de Alfanhuí", de Rafael Sánchez Ferlosio, y lloré mi desconsuelo por su muerte aferrándome a "Para cuando ya no importe", de Juan Carlos Onetti: "Un beso como un ausente en mis dos mejillas. Después silencio". Y mi infancia de reposo absoluto descansa en los libros y en el blues, que jamás me han abandonado.

En un tiempo como este, tan desasosegante, tan terrible, en esta guerra universal con más de un millón de muertos que estamos sufriendo, es preciso salvar la vida, y la economía, pero también la cultura. Los artistas, los creadores, están gritando su agonía y el mundo parece que no escucha. "Somos cultura, queremos trabajar", es el lema de la reivindicación, porque no puede la cultura ser cosa de diletantes, de aficionados, de escritores de fin de semana, de músicos de tarde libre, de pintores a ratos perdidos.

Y no nos engañemos. La pandemia, con sus cierres, sus cancelaciones, sus limitaciones, ha encendido la luz roja de la entrada en reserva, pero el mal venía ya latiendo hace mucho. La cultura siempre ha sido la pariente cándida de la familia, la muerta de hambre a la que se podía conformar fácilmente con las migajas del banquete.

Sospecha uno hace tiempo que aunque el combate por la cultura es un combate por el ser humano, la muerte de la cultura a nadie le duele, excepto a los que morimos con ella.

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