Opinión

Gonzalo J. Ordóñez Puime

Virus

Alguien ha de mandar parar. No cabe ya tanto tanta inquina, enfrentamiento y malquerencia. No reserva ya espacio la angustia a un atisbo de esperanza, esa que por la que claman millones de personas, aherrojadas y engrilletadas al banquillo de la galera de las vanidades de nuestra clase política. Clama el país ¡Sí, España! Sus comunidades, sus regiones, sus ciudades, sus pueblos, sus gentes, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes. Todos claman por un sensato y honesto proceder que ponga fin a tanta impostura. Pero que, sobre todo, acomode los más acertados avances de la ciencia a dar respuesta a una pandemia cuya gravedad no admite dilaciones ni intrigas.

Porque no son tiempos de daga y trabuco, de sable o puñal, de pronunciamiento o restauración, de rojos contra azules, verdes contra amarillos o pardos contra blancos. Esos amargos episodios que lastraron la ventura de esta tierra y el bienestar de sus gentes en los últimos dos milenios. Porque, contra lo que algunos creen, la España que hoy disfrutamos no ha brotado por generación espontánea bajo Austrias o Borbones, y menos todavía bajo el sombrío hacer de los Prim, Alcalá-Zamora, Azaña o Franco. Nuestros genes, los mismos que hasta aquí nos han traído, han debido vadear angostos caminos y navegar mares arbolados. Y muchos, demasiados, no pudieron lograrlo ¿Acaso, no hemos tenido ya bastante? Repasen la historia y sus consecuencias quienes pretenden llevar de la mano a toda esta generación a revivir conflictos que crujieron el alma y también la vida de millones de personas. Pregunten a quienes aún pueden dar fe de sus penas si desean reeditar lo vivido.

Y es que España, el todo y sus partes, es un mosaico demasiado complejo, peligroso y frágil como para ponerlo a prueba a cada poco. Y saberlo es la responsabilidad primera de todo gobernante. Los juegos de trono son para el sofá y la bata, no para gobernar este complicado, trabajado y gran país. El conocimiento, la abnegada dedicación y la más alta lealtad son divisas, no convenientes, sino necesarias para afrontar tan difícil tarea.

Nos acucia hoy un insaciable virus que está llevando muerte, desolación y angustia a millones de personas. Que aflige cada mañana el despertar de una Humanidad ávida por comprender como pudo hacerse realidad la más perversa e implacable de sus pesadillas, sin encontrar explicación al asombro. Tristeza infinita por la muerte de tantos miles de personas a quienes ni la edad ni sus circunstancias presagiaban un final tan cruel. Gentes que en su inmensa mayoría tan solo ansiaban un rincón donde descansar sus esfuerzos y tal vez repasar sus recuerdos, y que vieron como se apagaban prematuramente sus vidas, sin otra compañía que el dolor, la tristeza y la más injusta de las soledades. Como es también infinita la angustia de millones de personas que cada día ven amenazados sus puestos de trabajo y el futuro de sus familias.

Y en tan atroz escenario, causa pavor asomarse cada día a los avatares que solazan y entretienen a una parte relevante de nuestra clase política. Cuando debieran levantarse cada día con la frase virus delenda est escrita en su frente, tal como Catón el Viejo deseaba en cada discurso la destrucción de Cartago, nos asombran con enfrentamientos y disputas que harían palidecer el proceder de tribus amazónicas. Más de sesenta mil personas muertas en España sin otra razón que las que ofrece este maldito virus. Millones de seres con su alma y vida confinadas. Miles de empresas quebradas. Una juventud que se adentra en un futuro parco de esperanza. Una sociedad que se ve forzada a repudiar virtudes tan enraizadas entre nosotros como la cercanía, el afecto y la compañía.

En una situación en que las desavenencias y las disputas personales y de partido debieran estar proscritas, hoy la realidad encoge el alma. Aquí, cada uno a lo suyo, que es lo contrario a lo de todos. Acabada con éxito la ingente tarea de cambiar de tumba a lo que quedaba de Franco, afronta ahora el presidente la faena de remover el apellido Montoro de los Presupuestos Generales del Estado. Empresa nada fácil, ya lo advirtió Rajoy. Cierto es que pone todo el empeño en la causa, sin advertir que, emulando al ilustre almirante vigués Méndez Núñez, a veces vale más honra sin presupuestos que presupuestos sin honra. Y mucho están forzando sus socios de investidura para desnudarle de virtud. Desde quienes le exigen, nada menos que desde la prisión, derogar el delito por el que han sido condenados, a quienes ansían con fruición que el Rey emule a su bisabuelo Alfonso XIII y encare el exilio. Algo impensable en un pueblo que hoy valora bastante más a Felipe VI que a quienes pretenden confinarlo. Y no precisamente por ser monárquicos. En todo caso, en el Título X de la Constitución tienen abierto el camino para encauzar el cambio. Nadie les impide intentarlo, pero sin atajos.

Sin olvidar tampoco a los políticos de enfrente; más preocupados en ser cada uno el Poulidor de la etapa que el Merckx de la Vuelta, y los grandes triunfos exigen algo más que el ir de Vallecas a Galapagar o de Girona al Vogue. En la aportación y sabia colaboración en las tareas de gobierno tendrán siempre una oportunidad. Aunque la generosidad en política siempre fue un bien escaso, los españoles son gente agradecida.

Convengan a la causa los unos y los otros con dedicación y esfuerzo, porque lo que hoy está en juego es la supervivencia de todos.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS

  • España
  • jóvenes
  • mujeres
  • virus
Tracking Pixel Contents