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Matías Vallés.

Nueve hombres y mujeres sin piedad

Los comentaristas más incendiarios de las redes sociales apenas si alcanzan en brutalidad a las invectivas que se dedican en sus sentencias, y sobre todo en sus opiniones discrepantes, los magistrados del Tribunal Supremo de Estados Unidos. Constituido por nueve hombres y mujeres sin piedad, ni siquiera se les exige a priori una formación jurídica, y su llaneza es desarmante. Una justicia de frontera.

El tono desenfadado de sus señorías facilita la depuración del lenguaje que autorizará a Oliver Wendell Holmes a innovar con su anticipatorio "mercado de las ideas", y a otorgarle una libertad absoluta a dicho zoco, desde la convicción de que posee mecanismos de autodepuración. La misma justicia que no juez deliberó para la posteridad sobre la oportunidad de "gritar fuego en un teatro lleno". En tres décadas en el Supremo, enlazó opiniones más significativas que el cacareado Roe vs. Wade.

Se llega así a Ruth Bader Ginsburg, elevada en los últimos años de su biografía a santa laica del progresismo planetario. Con su cuerpo reducido a la mínima expresión, la canonización resulta inesperada en una profesión que no crea tendencia. Sería injusto atribuir su exaltación a la confrontación con Donald Trump, aunque es evidente que el presidente crea más mitos entre sus enemigos que entre sus favoritos.

Con una película de ficción y un documental de éxito a sus espaldas, Ginsburg fue maestra en eliminar los obstáculos que le impedían coronar sus objetivos. Por fuerza debía atrapar la atención del superdotado Bill Clinton, que la digitó desde el mismo instinto que lo impulsaba a apreciar exhaustivamente a Juan Carlos I o a Javier Solana. Las palabras sin silenciador de la magistrada fallecida explican su impacto fulminante. Determinada y determinante, aprovechó su trampolín para resaltar que "no pido favores para mi sexo, todo lo que pido de nuestros compañeros es que quiten sus pies de nuestros cuellos".

La colocó Clinton, pero no logró que su vicepresidente Al Gore ganara las elecciones en el cinco a cuatro que supone el resultado más ajustado de unas presidenciales en todo el planeta. Indómita y penetrante, Ginsburg también ha perdido la batalla definitiva de sobrevivir a Trump, por lo cual ingresa en el martirologio de la actual Casa Blanca. No fue una madre ideal porque necesitaba millones de hijos, nunca se perdonaría que su muerte haya servido para catapultar la reelección de su enemigo público número uno.

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