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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Astrología contra el virus

"Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida", dijo en cierta ocasión Woody Allen. Deseosas de saber cómo será ese sitio en el que van a vivir, las gentes abrumadas por la montaña rusa del covid-19 buscan en la ciencia señales acerca de cuál será nuestro futuro. Y lo cierto es que no paran de dárselas.

Para quien quiera saberlo, la epidemia durará un año, o cinco, o diez, o varias décadas. Hasta es posible que se quede a vivir con nosotros sin fecha de caducidad. La vacuna en la que trabajan laboratorios de todo el mundo estará a su vez lista y a punto de pinchazo en tres meses; o quizá en doce, o no antes de dos años. Tal vez el mes que viene o nunca.

Cálculos así de diferentes han sido hechos en las últimas semanas por doctores expertos en virología, epidemiología, bacteriología y demás ramas de la ciencia vinculadas al estudio de la pandemia. También los políticos aficionados a la astrología, como Trump o Putin, anuncian con prodigiosa exactitud la fecha en la que obtendrán para sus países y el mundo en general el remedio mágico capaz de poner fin a la pandemia.

Se diría que muchos científicos se dedican a la profecía, que es más bien disciplina propia de astrólogos, en directa y algo desleal competencia con la Bruja Lola y Aramis Fuster. No es culpa suya el que los hayan convertido en futurólogos, naturalmente. Más bien es el público, al que le encanta la adivinación del porvenir y las cosas del Cuarto Milenio, el que les exige fechas, seguridades, consuelo. Los periodistas preguntan a quienes saben del asunto y ellos, como es natural, contestan.

Infelizmente para los que bucean a tientas en el futuro, la ciencia es un asunto del presente que funciona a base de prueba y error; y a lo sumo se apoya en experiencias del pasado para obtener sus hallazgos. Sería algo agravioso para quienes ejercen la búsqueda del conocimiento que se les confundiese con los fenómenos de teletienda que echan las cartas o adivinan en los posos del café los acontecimientos aún por venir.

Otra cosa es que el azar influya a veces en los éxitos científicos, como le ocurrió a Fleming con la penicilina al encontrar casualmente el hongo -este sí, milagroso- en una placa que se había contaminado durante sus vacaciones. La publicación de su descubrimiento no suscitó particular interés en un principio; lo que acaso demuestre las escasas capacidades de la comunidad científica en lo tocante a la adivinación del porvenir. Lo suyo es la seriedad del presente.

Más que de los hombres (y mujeres) de ciencia, el futuro pertenece al incierto dominio de los astrólogos, a quienes nunca han hecho falta probetas ni redomas para elaborar sus generalmente erróneas predicciones. Les basta, en realidad, con echar un ojo a la alineación de los planetas para deducir de ello los sucesos faustos o funestos que ocurrirán en la Tierra. Muy científico no parece; pero tampoco se trata de eso.

Una epidemia como la actual, que hemos afrontado con técnicas vagamente medievales como el confinamiento, tenía que devolvernos, inevitablemente, a los tiempos de la astrología. De ahí que a los sabios se les pidan fechas para el hallazgo de la vacuna, como a los antiguos magos. Mejor sería dejarles trabajar en paz y en el presente; pero se conoce que vivimos bajo la tiranía de las prisas. Esas que tan mal se llevan con la ciencia.

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