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Ceferino de Blas.

Las dunas de Cíes

El expolio de las dunas de Cíes comenzó hace ciento dos años, por estas fechas, con una información periodística que decía:

"Obras Públicas. Dirección General. El marqués de Mos y Valladares, como presidente de la sociedad anónima Vidriera Gallega, solicita autorización para aprovechar de un modo permanente la arena de varias playas de las islas Cíes y de la ría de Vigo".

Fernando Quiñones de León, marqués de Mos y Valladares, era sensible hacia la naturaleza, como prueban la maravilla de los jardines y el bosque del pazo de Castrelos, pero las playas no parecían importar mucho hace un siglo. Tampoco pudo comprobar los efectos de aquella concesión, porque fallecía dos meses después, a causa de la "gripe española", cuando la suerte de las dunas estaba echada.

¿Cuánta arena se extrajo de las playas de Cíes a partir de aquella concesión? Nadie lo cuantificó, porque hubo incontables extracciones, en diferentes décadas, en especial en las que fue más intensa la construcción en Vigo, como ocurrió en los años sesenta.

Pero existe el testimonio de una isleña, que había abandonado las islas en la década de los cincuenta, y no había regresado a su antigua casa hasta treinta años después. Lo que más la impresionó fue la gran pérdida de altura de las dunas, socavadas tantas veces.

El caso de Cíes es sintomático, por lo que significan las islas, pero también sufrieron las dunas de otros arenales. No existía la más mínima preocupación por su conservación y explotarlas se veía como una oportunidad económica.

Por fortuna la mentalidad ha cambiado. De unos años a acá, el interés por la recuperación dunar ha calado en muchos municipios. Basta recorrer las playas de Cangas, la urbana de Rodeira, la de Nerga, y otras, o de Vigo, la de O Vao, para encontrar acotadas pequeñas zonas dunares.

Aunque llame la atención de los foráneos, que no alcanzan a entender qué significan esos cierres de trozos de la playa donde crece vegetación, privando de ese espacio a los bañistas.

Si leyesen los anuncios que explican las características de la flora y fauna de ese lugar comprenderían que no se trata de un capricho del concejal de turno, sino un medio de recobrar la morfología original del arenal.

En muchas playas urbanas, y en concreto la de Samil, resulta prácticamente imposible volver a los orígenes, ya que se requeriría derribar todo lo construido -paseos, servicios-, pero es factible seguir eliminando los obstáculos que deformaron su fisonomía.

Se rema a favor de corriente, al existir un clima propicio a revertir situaciones causadas en épocas insensibles con el medio ambiente. Los ayuntamientos están emprendiendo acciones en ese sentido. Desde construir paseos de madera o establecer esos simbólicos acotamientos de zonas dunares, a hacer planteamientos que palien lo que se ha deformado.

A diferencia del pasado, hoy se conoce la importancia de la línea de costa, lo que significan el medio ambiente y el cambio climático. Tres conceptos íntimamente ligados que los ciudadanos y los responsables públicos no deben olvidar.

La nueva mentalidad de las corporaciones de aplicar un trato preferente a las playas, que se evidencia en el número de banderas azules conseguidas, es de alabar, porque son parte esencial del paisaje de las rías, y un activo turístico de primer orden.

Hoy sería inconcebible aquella concesión del departamento de Obras Públicas de extraer arena de las dunas de Cíes sin medida. Pero no es superfluo releerla para que jamás vuelva a repetirse en nuestros arenales, porque fue una decisión lamentable, y basada en la ignorancia. No debe olvidarse que el hombre es un ser que tropieza dos veces en la misma piedra.

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