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A propósito de nada

Así titula su autobiografía el excepcional monologuista y célebre cineasta Woody Allen. La estoy leyendo a enormes saltos y zancadas, más enganchado al atractivo y desenfadado estilo literario y a sus irónicas reflexiones de judío irredento, que al alambicado argumento de su nada edificante trayectoria vital, especialmente en lo referido a sus relaciones de pareja. Me apasiona sin embargo su independencia de juicio y su sinceridad. Muchos seguimos aprendiendo también a gozar en la vida diaria de esa impagable libertad.

Como es sabido, en la teología católica del matrimonio el cura no es quien casa, aunque algunos, agradecidos pero confundidos, me recuerden que "fue usted quien nos casó hace 25 años". No es cierto. Se comprometen y casan libremente los contrayentes entre sí, en presencia de quien bendice y hace de notario del consentimiento. Y esa ha sido mi parte en cada caso. Porque es la voluntaria entrega mutua, con el ánimo de permanencia en el tiempo -"en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida"-- la raíz y fundamento del contrato matrimonial, o sea, del casarse como dios manda.

Sin embargo, muchísima gente joven hoy en día accede al matrimonio sin las aptitudes y actitudes suficientes para asumir las obligaciones propias de ese estado, y no me refiero solo a las específicas del sacramento cristiano, sino a cuantas se derivarán de los compromisos de una relación interpersonal y de la convivencia en pareja. Mi experiencia de años me empuja a afirmar que incluso en numerosos casos, por el modo exterior de celebrarse las bodas podríamos predecir, cómo va a terminar o a mantenerse en el tiempo la incipiente vida matrimonial. La organización y desarrollo del evento delata y manifiesta la personalidad de los contrayentes, dejando al descubierto, en tales festejos, qué se considera importante y qué se quiere destacar y resaltar tanto en la celebración como en la vida entera. Porque inevitablemente se ponen en el escaparate valores, personalidades, frustraciones, sometimientos personales, envidias y orgullos, superficialidades de bulto y horteradas grupales, que preludian insanos comportamientos de futuro. Ahora mismo muchas parejas caen en un mimético comportamiento de rebaño, al poner tan excesivo empeño en querer hacer de la suya una boda distinta que, por eso mismo, acaba siendo la propia tan hortera o más aún que todas las otras. No se ha entendido que en cualquier proyecto humano, como una celebración religiosa o no, hay que atender primero a lo principal. Como en la tortilla, que reclama primordialmente calidad en huevos, patatas y aceite y quien añada demasiados ingredientes nuevos, que no mariden adecuadamente, se está anotando al suspenso. ¿Y qué es lo importante en una celebración matrimonial, y en un entierro o un funeral, y en un cumpleaños o en una despedida de soltero, una fiesta de fin de curso o la presentación de una nueva empresa? Algo funcionará mal siempre que se valore más lo accesorio que lo principal.

De ahí que montones de bodas religiosas o civiles, resultan una insulsa birria, por no haber puesto entusiasmo alguno en lo principal, que es destacar la alegría, el compromiso y el proyecto de vida de unos amigos nuestros que se casan. No sucede así cuando la máxima ilusión y muchísimo dinero, que bien pudiera invertirse de otro modo más provechoso, se destina a lo puramente accesorio y superficial: un coche vintage de película de Stan Laurel y Oliver Hardy, lazos acharolados de colores rechinantes y todo, a juego, con un público invitado que ya de entrada se sienta y cruza las piernas aunque sea en la iglesia -pues si fuera en la mezquita ya le obligarían a descalzarse, a guardar silencio y a ponerse cuando menos una pañoleta-, para al terminar, como corresponde, tirar escandalosos petardos y confetis plásticos antiecológicos?

Hace años una señora, que acababa de enviudar, vino a verme a los pocos días del funeral de su marido pidiéndome disculpas porque, me explicaba, "me fui a la francesa y sin darle las gracias por la misa, que nos llenó de consuelo y esperanza. Ahora vengo de pagar el nicho, la caja, las flores, los taxis, la música, las comidas; tiene que perdonar que como hay confianza haya dejado lo más importante, y también lo más barato, para el final". ¡Eso es sensatez a raudales, señora!

Es verdad que todas las bodas, como los matrimonios, no son así de deshilachados, pero ¿verdad que sería estupendo que antes de casarse, los novios se hicieran estas elementales preguntas: cuál es el objetivo o meta de nuestro matrimonio y cómo queremos manifestar a los amigos esa intención, mediante una celebración alegre? Porque si en lo extraordinario se va a patrocinar lo zafio, vulgar y descuidado, en lo ordinario será imposible mejorar. Y es que algo funcionará siempre mal cuando se valore más lo accesorio que lo principal.

Veo que, como W. Allen, también he soltado lo que pienso sin que nadie me lo preguntara.

*Sacerdote y periodista

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