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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El columnismo y Savater

Al filósofo donostiarra Fernando Savater le piden en una entrevista que dé respuestas breves a un variado repertorio de asuntos. Desde el verano, la muerte, el sexo y el animalismo, hasta la conducta de un rey que huye, los sentimientos de un caballo de carreras y los baños con escolta en la playa de la Concha durante los años del terrorismo vasco. Como el filósofo es ingenioso, podríamos escoger alguna de esas breverías para hilar el comentario pero yo escojo las dos que dedica a definir al columnismo y a los columnistas. Un juicio de valor muy oportuno porque él mismo lleva un tiempo escribiendo todas las semanas una columna en un importante periódico nacional.

" Yo entiendo la columna como un servicio publico" - sostiene Savater-. "Tiene que tener su gracia y su pellizco literario, pero no vale decir lo que sea, porque se trata de ayudar a la gente a entender un poco mejor lo que ocurre y a entenderse mejor a sí misma. Y eso te cierra la posibilidad de decir según que cosas". Asimilar la columna periodística a un servicio público, como pueda ser un hospital, un juzgado, una escuela o un parque de bomberos, no deja de ser un pensamiento original. Y atribuye al columnismo y a los columnistas una importante función en la sociedad. De orientador de conductas y conciencias, o algo parecido, como eran los directores espirituales en las casas de ejercicios de los jesuitas.

El que esto escribe, que es un columnista provinciano, no se siente preparado para ejercer tan brillante papel, pero no duda de las capacidades de Savater (al que en la entrevista describen como profesor, pensador, activista y escritor) para desempeñarlo. Eso, en cuanto al fondo del asunto, porque en lo que se refiere a la técnica para desarrollarlo, el filósofo donostiarra también nos sorprende. Dice Savater que a cada columna le dedica tres tardes. "En la primera pienso el tema. En la segunda, lo remato. Y en la tercera, quito lo que sobra, que es lo difícil". Orden y método. En el columnismo de provincias, en cambio, la precariedad de medios impide darle tres días de margen al columnista (que además cumple otras funciones menos brillantes) para que afile el lápiz de su talento. Don Álvaro Cunqueiro, que era un columnista espléndido, escribía su columna en la redacción de FARO DE VIGO cuando fue su director. A veces lo hacía cerca de la hora de cierre, para desesperación del regente del taller, que subía desesperado y se tomaba la libertad de arrancarle el folio de la máquina de escribir para ir adelantando texto a los linotipistas.

Cunqueiro no se molestaba por la irrupción ni perdía el hilo de aquellas invenciones fabulosas. Eran tiempos de una bohemia noctámbula y pobretona, y los columnistas que podían vivir de su columna con cierto desahogo eran muy pocos. Y ya no digamos en provincias. De todas formas, hay que reconocer que, con mayor o menor altura literaria, el columnismo es un género periodístico que exige concreción, claridad y respetar el espacio. Ya lo reconoce Savater, "quitar lo que sobra es lo difícil".

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