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De lo incorrecto a lo incorregible sin pasar por lo correcto

Las extremidades políticas, que se definen por su coincidencia en el entendimiento de la dialéctica como un reparto de patadas verbales y adjetivos hirientes, intentan convencer a los ciudadanos de que se alejen de "lo políticamente correcto" con el argumento de tras este concepto se esconde la dictadura del pensamiento único y alienante del establisment. En contraposición, asocian la "incorrección política", referida no solo al lenguaje sino también a las ideas que expresa, con innovación, originalidad y ruptura del statu quo, todo ello aderezado con una aparente dosis de rebeldía.

La noción de "lo políticamente correcto" surgió a mediados del siglo XX en el entorno de grupos marxistas y leninistas para referirse en tono de burla a aquellos que seguían al pie de la letra las directrices de sus partidos. Sin embargo, en los años 90 giró hacia la defensa de las minorías.

En 2013 un grupo formado por alumnos y profesores de la Universidad de New Hampshire (Estados Unidos) creó la Guía del Lenguaje sin Sesgos. Esta guía no logró nunca el reconocimiento oficial de la institución académica, algunos de cuyos actuales regidores están especialmente preocupados, a modo de ejemplo, porque el documento recomiende la utilización del término "estadounidense" en vez de "americano" al entender que este último olvida la existencia de "americanos" en América del Sur. El "America first" del incorregible Donald Trump sobrevuela sobre esta renuencia.

Lejos de su original connotación crítica, la corrección política se centra ahora en el lenguaje no sexista y la protección del colectivo LGTBIQ (las últimas dos siglas, de reciente adquisición, corresponden a "intersexuales" y "queers"). Paradójicamente, los grupos políticos más agresivos en la defensa de un vocabulario "política y socialmente correcto" son los más incorrectos a la hora de respetar el protocolo de las instituciones. Bien es cierto que en política las incoherencias aplican sólo para los otros.

A menudo la transgresión verbal justifica la descalificación, la exageración, el lenguaje soez y la falta de respeto. Argumentan tales portavoces que ellos se atreven a decir lo que otros piensan. Añaden así una pátina de osadía, muy propia de los machos alfa (hombres y mujeres, aunque las segundas son una proporción ínfima) que entienden la política como una lucha por la supervivencia, particularmente la suya. Realmente, en esta categoría las ideas importan poco o, cuando menos, están toscamente elaboradas, porque lo que se dirime realmente es la atracción electoral, mucho más vinculada a las emociones que el político logra generar en los suyos y que también se alimentan de las reacciones de los adversarios.

Conceptual y éticamente los ciudadanos de bien no podemos aceptar que "lo políticamente incorrecto" sea más correcto que lo contrario. La incorrección actúa como un elemento corrosivo de la institucionalidad. En una democracia parlamentaria los políticos nos representan. Tienen, pues, la obligación de predicar con la palabra y con los hechos, y lo primero que se les exige es que hagan lo correcto en las formas y en el fondo.

La corrección política, de la que se derivan la buena educación, la cortesía, el respeto a los protocolos y las normas de decoro, el lenguaje inclusivo (sin caer en el ridículo de "miembras" o "todes"), la aceptación de las ideas de los demás y el diálogo sereno, es esencial para preservar el valor de las instituciones, que son las paredes del sistema democrático. Sus cimientos están forjados con los valores morales que salvaguardan el bien común.

Hoy, cuando la pandemia del coronavirus nos amenaza con una segunda ola, lo políticamente correcto es, del lado de los ciudadanos, ponerse la mascarilla, cuidar la higiene, mantener la distancia de seguridad, eludir las reuniones multitudinarias y respetar la cuarentena en el caso de contagio; y del lado de los políticos, predicar con el ejemplo, ofrecer una información útil y fiable, huir de relatos prefabricados, tomar decisiones con el aval de la ciencia y generar los consensos que son necesarios para luchar contra las consecuencias sanitarias y económicas del maldito virus.

Decir y hacer lo correcto es la transgresión que los ciudadanos esperan.

*Profesor de Comunicación Política y Formación de Portavoces de la Universidad Nebrija

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