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Joaquín Rábago.

Miscelánea de viaje bajo el coronavirus

Me manda un amigo desde El Puerto de Santa María unas fotos de una reunión de jóvenes que acudieron a un concierto al aire libre que han montado allí. Están todos apelotonados, sin guardar ninguna distancia de seguridad, y casi ninguno lleva mascarilla.

Es lo que llaman el "ocio nocturno": discotecas, botellones y demás reuniones de gentes que se han convertido en difusores del coronavirus en un país donde muchos gobiernos autonómicos nos obligan al resto a llevar todo el día puesta la mascarilla.

La policía te amonesta o te multa si te sorprende con ella en la mano porque hace mucho calor y tratas de respirar mejor, aunque no haya nadie cerca, como si el aire estuviera siempre apestado. Y, sin embargo, se hace muchas veces la vista gorda en casos como el antes descrito.

Me cuenta otro que estuvo con su familia en una playa de esa localidad gaditana y que a una de sus nietas la picó una medusa. Sucedió por la mañana y acudió aquel con la pequeña al puesto de primeros auxilios, pero allí no había nadie. Al parecer solo abría a mediodía. ¡Y luego dicen que hay paro!

Viajo en uno de esos trenes que llaman "de media distancia" desde Málaga a Cádiz y compruebo una vez más los problemas de la red radial que soportamos: para viajar entre esas dos capitales de provincia hay que subir casi hasta Sevilla y hacer transbordo.

Pero no es solo eso, sino que en un tramo del trayecto, entre las localidades sevillanas de Pedrera y Osuna tiene el viajero que bajar del vagón y subirse a un autobús. Me dicen que hace ya años que un tramo de la vía fue destruido en un temporal.

El tramo está mientras tanto arreglado, pero se somete al viajero a esa incomodidad y pérdida de tiempo porque, al parecer, no hay acuerdo entre el Gobierno central y la Junta de Andalucía sobre la titularidad de la vía. "Es un conflicto político", me dice el revisor, tan indignado como el viajero.

Si el interior de la provincia de Málaga es de enorme belleza paisajística, no puede decirse lo mismo de la costa, continuamente afeada por bloques de edificios y urbanizaciones que reptan por cualquier monte.

Es como si hubiese pasado por allí una plaga de langostas. Como los insectos, muchos de los llamados "promotores inmobiliarios" destruyen inmisericordes el paisaje sin que parezca preocuparles lo que dejan atrás.

Por cierto, ¿no hay manera de obligar a quienes dejaron en medio del campo o de algún monte edificios a medio construir a retirar de allí esos espantosos esqueletos que tanto dañan a la vista?

Leo durante el viaje un reportaje periodístico sobre unas familias del éxodo venezolano que han decidido instalarse en un pueblo de Guadalajara con cuatrocientos vecinos que estaba a punto de cerrar su escuela y que ahora acogerá gustoso a los hijos pequeños de esos matrimonios.

Me pregunto muchas veces cuando recorro la España vacía por qué no se hace algo parecido en tantos pueblos donde ya solo quedan viejos, y que verían seguramente con buenos ojos el que se estableciesen en ellos familias jóvenes de inmigrantes o de refugiados dispuestos a trabajar.

Veo durante el trayecto olivares sin fin y de vez en cuando grandes parques eólicos. La energía solar parece estar últimamente en auge entre nosotros. ¿No es un escándalo que en un país tan abundante en sol como el nuestro, las energías limpias hayan tropezado con tantos problemas por parte de anteriores gobiernos?

No conseguí en toda Málaga ningún ejemplar de "La Vanguardia", periódico que me gusta leer por su información internacional y para ver también lo que se opina en Cataluña sobre el conflicto con Madrid. Según los quiosqueros, hace meses que el distribuidor no les manda ese periódico.

Me ocurre lo mismo en la estación sevillana de Santa Justa. Está, sin embargo, allí toda la prensa de Madrid, y también algún periódico extranjero como el francés "Le Monde" o el alemán "Frankfurter Allgemeine Zeitung". ¿No resulta significativa esa ausencia?

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