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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El despiste

Está visto que al final van a tener razón los que creen -y defienden en público- que algunos sindicatos necesitan cuanto antes un baño de realismo, aparte de una modernización integral. Quizá ni así logren en un plazo razonable ponerse al día y de ese modo contener la hemorragia de afiliaciones que padecen, pero si no lo hacen solo podrán esperar como mucho a exhalar su último suspiro adormecidos y sin dolor. Singularmente los que por esas cosas de la vida, parecen los más robustos, no tanto por sus logros o la gente que movilizan cuanto por el ruido que llevar a la calle.

Habría ejemplos varios en la casi totalidad de los sectores sociolaborales. Pero el último ejemplo de despiste, o de desconexión con el entorno, lo aportan quienes desde el sindicalismo anuncian movilizaciones contra el protocolo sanitario que la Xunta anuncia para la apertura del próximo curso escolar en septiembre. Algo que, sin negar ni recortar el derecho a discrepar de las centrales con el gobierno gallego -o el de quien escribe con ellas- se califica como la "antesala" de una serie de tensiones que irán más allá del verano. Y el aviso no suena a bravata.

El aparente quid de la cuestión se centra en las medidas que Educación prevé en el número de alumnos por aula en los diferentes centros y niveles. Lo que es encomiable porque se refiere a la salud de los escolares y su protección, que debe constituir en efecto una prioridad absoluta, pero que se relaciona con decisiones sobre la limitación de grupos en situación y lugares del todo diferentes y con mucho menores posibilidades de control eficaz. Y si alguna iglesia tiene buenos doctores que sabrán responder es la Xunta. Por eso merece confianza.

Expuesto lo anterior, y tras reiterar que lo primero es la salud de las niñas y niños de este Antiguo Reino y que es el momento de hilar lo más fino posible en ese sentido -sobre todo con la profusión de rebrotes que se detectan por doquier-, resultaría improcedente no subrayar que la decisión sindical de anunciar un otoño escolar caliente poco tiene que ver con el silencio, y hasta la mansedumbre, que esos anunciantes siguen mostrando ante los disparates que protagonizan el Gobierno central -por dejación- y el coordinador de Emergencias por mendaz e imprudente.

Conste que esta actitud, que no es evidente, exhala un tufillo a sectarismo que obliga a recordar que si lo primero es la salud, ha de serlo en todos los aspectos y sea cual fuere el color político de los antagonistas. Y del mismo modo, a reclamar -ya que estos sindicatos actúan en el terreno educativo- que aborden también otros efectos de la pandemia. Que tienen todo que ver con un porvenir que ya no es tal, sino más bien presente y en el que nadie parece interesarse lo bastante, aunque puede significar nada menos que la esperanza en el mañana para los escolares de hoy.

Quien esto escribe se refiere a la ausencia, siquiera aparente, de previsiones en quien debería tomarlas ya y de los que han de controlar que se hagan. Se trata de la urgencia para un cambio -acaso radical- en la Enseñanza en su conjunto que habrá de hacerse porque el coronavirus, junto a sus terribles consecuencias, ha supuesto una revolución. Afecta a los modos de enseñar y de aprender y a los contenidos de las materias que primarán en el futuro inmediato; no por abandonar las de siempre, sino por subrayar un nuevo acomodo. Por eso llama la atención, y hay que insistir en ello, que la consellería no espabile y los sindicatos prefieran el ruido a las nueces. Y, entre todos, se despisten.

¿No...?

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