Como ustedes saben, en la terminología habitualmente utilizada con motivo de la pandemia se oye hablar con mucha frecuencia de "negativos" y "positivos" para referirse a los que no tienen el Covid-19 o lo padecen; y dentro de estos últimos los infectados se dividen entre "sintomáticos" y "asintomáticos". Todos los positivos amenazan con el contagio, pero los que encierran mayor peligro son los asintomáticos. La razón de ello es que son personas que, justamente por la falta de síntomas, no saben que son portadores del virus y frente a los cuales, por tanto, se relajan las precauciones para evitar el contagio.

Si utilizáramos en el ámbito político esta terminología, se podría afirmar que en el Gobierno de la Nación hay ministros sintomáticos y asintomáticos. Los primeros son los que no tienen reparo alguno en atacar, desde el propio ejecutivo, a otras instituciones del Estado, mientras que los asintomáticos son los que callan ante tales ataques y, por tanto, son dueños de un silencio interpretable, ya sea como asentimiento o como discrepancia. La duda que se plantea es si estamos ante una actuación concertada entre ambos tipos de ministros o, por el contrario, ante un gobierno en el que los pertenecientes a una determinada formación política pueden ir por libre.

Los ejemplos son múltiples y casi siempre reproducen el mismo esquema: Pablo Iglesias, o alguien con peso político en su formación, ataca al propio Estado al afirmar que tiene "cloacas"; o critica al poder judicial al que acusa de parcialidad; o defiende posiciones claramente anticonstitucionales; o se sitúa al lado de los filo-terroristas o de los sediciosos. Y ¿qué hacen sus compañeros de coalición? Mantienen, con Pedro Sánchez al frente un silencio "atronador". En estos casos, el "positivo sintomático" está representado claramente por Pablo Iglesias y su gente, porque no esconden lo que piensan, en tanto que los que mantienen "un positivo asintomático" son los del PSOE: no sabemos lo que piensan, ni si su silencio es confirmatorio o negador de lo que va largando Pablo Iglesias. Pero se trata de un positivo asintomático porque al no parar en seco tales ataques no solo no exige a los miembros del Gobierno un respeto institucional escrupuloso, sino que parece alentar esas críticas contra las instituciones.

Veamos, un ejemplo reciente. Ante la pregunta en el Congreso de un diputado de EHBildu a la Vicepresidenta Calvo de "qué más tiene que ocurrir para que haya un referéndum en el que los españoles decidan entre monarquía o república", la señora Calvo afirmó tajantemente que no estaba en cuestión la forma política del Estado.

Pues bien, Pablo Iglesias no aplaudió la intervención que hizo la vicepresidenta primera en defensa de la Monarquía Parlamentaria, como forma política del Estado español, contrarrestando la clara posición de la Vicepresidente primera con el claro significado que tuvo la ausencia de aplausos; sentido que quedó meridianamente claro en los cursos de verano de El Escorial, en los que Pablo Iglesias afirmó que si bien no es una realidad a corto plazo, se está abriendo "un horizonte republicano plurinacional".

En cualquier gobierno democrático de nuestro entorno, sería de todo punto inconcebible que dos vicepresidentes de un mismo Gobierno mantengan en público posturas enfrentadas sobre algo tan fundamental como es la forma política de nuestro Estado que se establece, nada más y nada menos, que en el artículo 1 de la Constitución.

Pero en España parece haberse instaurado una figura política monstruosa que es el "Gobioposición", en la que un mismo Gobierno y de manera simultánea gobierna y se hace oposición. Tal vez la explicación de tan manifiesta incoherencia haya que buscarla en que estamos ante un gobierno de coalición, formado de prisa, y sin suturar con hilo fuerte los puntos en los que no se permitirían las discrepancias. Lo cual era especialmente necesario en el caso de Unidas Podemos que carecía por completo de experiencia de gobierno.

En efecto, tanto el PSOE como Unidas Podemos concurrieron a las últimas elecciones generales con distintos programas electorales que divergían, entre otros extremos, en la forma política del Estado: el PSOE no propugnó la sustitución de la monarquía parlamentaria por la república, mientras que Unidas Podemos sí. Y claro deberían haber acordado una posición común sobre este punto que fuese respetada por ambas formaciones a lo largo de toda la legislatura.

Con lo que antecede se quiere decir, que si bien la coalición PSOE y Unidas Podemos logró la investidura, no coordinó en los extremos más relevantes sus políticas; o si lo hicieron hubo puntos, como el de la forma política del Estado, que dejaron incomprensiblemente abiertos. La consecuencia de ello es que, en lo no convenido, Unidas Podemos, aunque no llega a ser oposición, va por libre y mantiene y defiende públicamente su ideario, aunque sea contrario al que defiende el otro partido del Gobierno. Y si para ello hay que atacar a otras instituciones del Estado, los líderes "podemitas" se revisten de su indumentaria de oposición radical y lo hacen con toda tranquilidad porque su matrimonio político con el PSOE es un matrimonio de conveniencia y saben perfectamente de antemano que Sánchez guardará silencio.

Este ensordecedor silencio de Sánchez me hace pensar que en el Gobierno hay asintomáticos que mantienen la apariencia de salud cuando lo cierto es que, al consentirle todo a Unidas Podemos, también contagian.