Así pues, llegado el gran día -para Galicia, sus habitantes y el resto repartido por el mundo- procede disfrutar de las romerías, los festejos y demás divertimentos que, en esta ocasión como pocas antes, han de estar todos subordinados a lo que la autoridad, en especial la sanitaria, disponga. Y limitados por las normas de la prudencia cívica, que en todo caso permitirán el disfrute en loor del Apóstol Santiago. Todo lo cual, por cierto, no debe impedir algunas observaciones que no turben la jornada, pero que sirvan para alguna reflexión. Que si es útil, miel sobre hojuelas.

La primera, además de la ya expuesta sobre la oportunidad -e incluso, en este duro 2020, la necesidad de dar al ocio lo que al ocio corresponde, ni más ni menos-, ha de ser para recordar aquella otra jornada en la que la tragedia de Angrois pasó a ocupar para siempre la memoria y el luto de un país entero. Y, a la vez, lamentar que, pasados los años, aún no se tengan datos definitivos sobre por qué ocurrió aquello, quiénes fueron responsables directos o no y, en fin, cuándo se hará justicia a los que, con razón, siguen reclamándola. Cuando llegue, será otro gran día.

En tono menor -y que nadie se moleste: la política ha de estar siempre sujeta, y acaso sometida, a la humanidad-, este 25 de Julio debería ser por fin, una celebración única, la de todo un país que siquiera por una vez no ponga por delante sus diferencias. Y no solo en la solemnidad oficial, religiosa y civil, sino en las calles, en las plazas y en las arengas y/o los discursos que tanto abundarán antes del mediodía y las manifestaciones después. Alguien dijo que si la alegría no se comparte no es completa, y a lo que parece, aquí no hay vocación de disfrutarla de verdad.

Conste, desde luego, que cuanto precede -que es solo un punto de vista particular- no pretende crítica ni reproche. Es muy cierto que cada cual puede conmemorar la fecha como le plazca -con la única reserva de la sensatez, que no choca con el entusiasmo- y, por tanto, reclamar cuanto crea que necesita el país y no se le haya proporcionado aún. Lo probable, vistos los antecedentes, es que las reivindicaciones sean mucho menos atendidas que la música u otras fórmulas de entretenimiento, pero en cualquier caso es un derecho de los que las formulen. Punto.

Y algo más todavía. El Día del Apóstol, o Día de Galicia, o Día da Patria Galega, es una efemérides que trasciende en mucho a esas definiciones y a la geopolítica que las concreta. Y por ello, al igual que el próximo 2021 significará mensajes diferentes y universales, por Año Santo Jacobeo y/o Xacobeo, han de tener una proyección mayor que la actual y una participación no excluyente. Este 2020 está siendo, y así pasará a la historia, como el del Covid-19, pero también el de un tiempo en el que la solidaridad fue -y aún lo sigue siendo- elemento distintivo que ha unido a muchos millones de seres humanos en torno a los vivos afectados y a los muertos. Y esa solidaridad ha de permanecer: es un compromiso que en un gran día como el de hoy debe ser ratificado de algún modo.

¿Verdad...?