Álvaro Cunqueiro es, quizás, uno de los escritores más excepcionales que han nacido en Galicia. La genialidad de su obra, su sentido galaico de la vida, su espiritualidad frente a la racionalidad, su sensibilidad, su sentido del humor y la ironía lo convierten en una de las personas de referencia para la literatura de Galicia y España del siglo XX.

Tuve la suerte de conocerlo cuando era un niño. Álvaro tenía amistad con mi padre y con él acudía a visitarlo a su vivienda en la calle Marqués de Valladares de Vigo, en el último piso del edificio que hoy tiene una placa en la fachada que lo recuerda. A mi hermano y a mí, que no debíamos de tener más de 5 y 9 años, respectivamente, nos llamaba "mis pequeños amigos". Visitarlo era una delicia. Tengo un borroso recuerdo de la primera vez que fuimos, pero lo que si recordamos mi hermano y yo es que la casa estaba llena de frutas y que en el suelo del salón había una piel de zorro, que fue lo que a esos niños que éramos más les llamó la atención. Álvaro nos explicó, con su voz grave y andarina y su enorme capacidad de fabular, la historia de aquel raposo que era uno de los que todos los inviernos cruzaban los valles de Mondoñedo.

La última vez que lo visité fue en diciembre de 1980. Ese día iba a entrenar con mi equipo de baloncesto, pero mi padre me pidió que lo acompañase a felicitar las Navidades a Álvaro, que no estaba muy bien. Esa vez lo vi triste. Además de los graves problemas de salud que tenía en esas fechas, hacía unas jornadas se había celebrado el referéndum sobre el Estatuto de Autonomía de Galicia y la abstención había sido muy elevada, de casi el 74%. Cunqueiro, que se había implicado personalmente en la campaña en favor del Estatuto, no lo podía entender. "Cando vemos ao noso pobo dimitir do seu destino..." escribía esos días en su sección "El envés" de FARO DE VIGO. Al despedirnos, Álvaro me dijo sonriendo, "ya eres más alto que yo, no puedes ser ya mi pequeño amigo". No volví a verlo, fallecería unos meses más tarde.

Con el paso de los años y mi mayoría de edad pude votar en las elecciones y nunca he dejado de hacerlo, ni siquiera cuando, por motivos de estudios, estaba fuera de Vigo. No quiero dimitir de mi destino. Y Galicia tampoco lo ha querido hacer en estas últimas elecciones autonómicas, a pesar de la situación de pandemia que padecemos y a pesar de los cantos de sirena de los que parecían querer asustar a los votantes al decir que no se debería ir a votar. No les hicimos caso y por eso la participación electoral, comparándola con las anteriores elecciones autonómicas, ha aumentado el pasado 12 de julio, lo que quiere decir que ese día sí, los gallegos quisimos decidir nuestro destino.