Hace ya algunas fechas, publicamos un artículo donde apuntaba, que habría un antes y después de la pandemia y que nuestras costumbres serían alteradas de forma sustancial, incorporando mascarillas, guantes y desinfectantes a nuestra vida cotidiana.

Se puede comprender, que tras un largo y duro confinamiento de la población y la parálisis de nuestro tejido productivo, haya venido una relajación global de la ciudadanía, al haber pasado del estado de alarma a una normativa encaminada a evitar el "colapso" económico y a una escalonada reactivación de la actividad laboral.

Nos encontramos ahora con un proceso de "rebrotes" advertido por la sociedad científica y por desgracia no asimilado por la población.

Si analizamos las causas de esos rebrotes, veremos que se han dado fundamentalmente en actos sociales, eventos lúdicos, bodas, reuniones familiares masivas y en menor grado contagios en algunos lugares donde el hacinamiento de trabajadores temporeros en situaciones de franca precariedad propicia ese contagio .

En una situación de emergencia como la que vivimos, hay algunos "derechos civiles" que deben estar subordinados al combate contra esta plaga. Aunque pueda parecer exagerado, extrapolar esta situación a otras donde se instauraba el toque de queda ante alteraciones graves del orden público o incluso de guerra convencional, cobra todo su sentido. Estamos ante una "guerra química" donde de momento no hay antídoto conocido.

La presencia larvada de este virus se ha convertido de momento en el problema principal. Se ha demostrado que las medidas estrictas de confinamiento, controles inter-provinciales, restricción de desplazamientos entre comunidades autónomas y mantenimiento de unas distancias entre la población han sido las únicas de verdadera eficacia.

La relaja ión ha traído la irresponsabilidad. Basta con darse un paseo por la calle, acudir a las playas, cafeterías, ya no digamos los "botellones"o trabajar en centros de salud, para darnos cuenta de que un sector de la población se pasa por el "arco de triunfo" (con perdón) tanto las normas como la prudencia. En algunos casos, incluso se responde con violencia a los requerimientos de ciudadanos responsables o de sanitarios que demandan al paciente el cumplimiento normativo.

Volver al estado de alarma no le gustaría a nadie y terminaría por quebrar de manera catastrófica la economía y el empleo de este país. Existen herramientas de control y disciplina ciudadana suficientes y deben ser aplicadas con todo rigor.

El sector sanitario, sigue en situación de alerta. Sabemos que sin la colaboración ciudadana y política volveremos a colapsar el sistema de salud público y privado y también a sobrecargar la tarea de los centros de salud y los hospitales. Esta vez no puede haber escusas; no conocemos el remedio pero si las fuentes de contagio y las vías de trasmisión. Debemos pues estar prevenidos y aumentar las dotaciones necesarias en material de aislamiento y detección de nuevos casos.

Desde este mismo sector al que pertenezco, debemos pedir unidad en las actuaciones, consenso político, delegación ordenada y eficaz de las competencias que deben quedar claras en materia de sanidad y orden público toma de decisiones alejadas de cualquier partidismo.

*Médico del Sergas