Hans Schwarz y Konradin von Hohenfels se conocen, a comienzos de los años treinta del siglo XX, en una escuela secundaria de Stuttgart, Alemania, donde se hacen muy amigos. Hans es judío y Konradin, un joven conde, pertenece a una familia de aristócratas que goza de mucho prestigio en el país. Es una relación intensa, como suelen ser las mejores amistades de la infancia. Hablan de libros, de pintura, de poesía, de teatro, de ópera. También de chicas y de la existencia o inexistencia de Dios. Discuten con vehemencia, pero desde un respeto casi reverencial, y se buscan el uno al otro después de clase para seguir compartiendo inquietudes y experiencias. Proceden de tradiciones y clases sociales distintas; el padre de Hans es médico y el de Konradin había sido embajador en Turquía y en Brasil. Y la madre de este último, para colmo, es antisemita. Pero ambos se quieren y se admiran mutuamente, creando una pequeña burbuja llena de afectos y afinidades que los aísla del extraño mundo de los adultos, mientras los nazis avanzan en su conquista del poder.

Esta es la historia que el pintor y escritor Fred Uhlman cuenta en Reencuentro, una breve novela sobre la cual Arthur Koestler escribió en el prólogo de 1976 (se publicó por primera vez en 1971) que el regusto que deja "es el de la fragancia del vino local servido en posadas de troncos oscuros, sobre las riberas del Neckar y el Rin". En el libro es igual de importante lo que se dice como lo que no se dice. Es verdad que el nombre de Hitler aparece unas pocas veces, casi siempre al servicio de la historia, no de la Historia (en una ocasión Hans parece descubrir una foto suya en la casa de Konradin). Asimismo, las esvásticas se comienzan a ver en las paredes de la ciudad, así como carteles que despotrican contra los judíos, y, según nos informa Hans (el narrador que se enfrenta a sus recuerdos), se producen "pequeños incidentes". Detalles colocados de una manera sutil, como parte del attrezzo, para dar pistas sobre fechas y contexto, sin profundizar demasiado en las cuestiones específicas.

El lector sabe que, al tiempo que estos dos jóvenes conversan sobre expresionismo y numismática, Alemania se precipita hacia la barbarie. Aunque el padre de Hans no termina de creérselo: "Esta es una enfermedad pasajera, algo parecido al sarampión, que finalizará apenas mejore la situación económica. ¿Usted piensa realmente -le pregunta a un sionista- que los compatriotas de Goethe y Schiller, de Kant y Beethoven, se dejarán engatusar por esa bazofia?" En Reencuentro, Uhlman aborda el ascenso del nazismo a través de las lentes de un microscopio. El escritor prescinde del ruido exterior lo máximo posible, centrándose de manera exclusiva en la vida cotidiana de unos adolescentes cuya inocencia todavía no se ha visto corrompida.

Si dejáramos fuera a Hitler, a las esvásticas y al antisemitismo, se trataría de una novela de iniciación excepcionalmente escrita sobre la manera en que ciertas amistades determinan nuestras vidas al hacernos sentir reconocidos. Pero lo que hace que este delgado volumen ocupe, de nuevo en palabras de Koestler, "un lugar perdurable en cualquier biblioteca", es su creíble y conmovedora sencillez. El golpe de humanidad que te proporciona el último párrafo. Se lee hoy como se leyó ayer. Es una balada que suena, desafiante y divertida, en medio de la noche totalitaria.