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Francisco García.

Ministerios y telediarios

Periodismo es hoy contarle a muchos lo que no quieren saber. Antaño, cuando nos formábamos en Ciencias de la Información, nos insistieron en que nuestra tarea iba a ser contarle a la gente lo que le pasa a la gente; ocurrió años después que con la eclosión de las redes sociales lo importante era contarle a la gente lo que le pasa a su perro. Pero resulta que el perro no es ya el mejor amigo del hombre, sino el chivo expiatorio, así que los medios de comunicación -los privados, los que no se pueden embridar por el gobierno de turno- se han acabado convirtiendo en el carnero al que apuntan con sus rifles de asalto los partisanos del acorazado Potemkin.

Ciertos políticos de condición extrema la han emprendido últimamente con los periodistas críticos con su gestión, ignorando que la crítica es labor que en democracia ampara el derecho a la información. Antes de que llegaran al poder compartido y de que vincularan con "las cloacas" a los informadores que no comulgan con sus ruedas de molino ya enseñaban la patita de sus intenciones, como el lobo por debajo de la puerta de los cabritillos. Reclamaban que las empresas periodísticas estuvieran bajo el control del Estado porque, a su juicio, los partidos políticos son los medios de comunicación, lo más parecido al intelectual orgánico del que hablaba Gramsci. O sea, que para este bolchevismo los ciudadanos militan en el periódico que leen, la radio que escuchan o la televisión que encienden.

Hay que agradecer a Sánchez que no se plegara a la propuesta podemista de un ministerio de Comunicación al modo bolivariano. A estos tipos es mejor darles un Ministerio que los telediarios.

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