Galicia tiene de todo. Es una comunidad creada para poner a prueba los sentidos. Sus innumerables atractivos naturales, la belleza de sus costas, playas y cascadas, sus montes y sus valles colman la mirada. La serenidad de sus rías, los bramidos del Atlántico y del Cantábrico en los acantilados, el despertar de la fauna en los recodos de las sendas regalan los oídos. Sus frondosos bosques, sus fragas y alamedas, la proliferación de jardines estimulan el olfato. Su excelencia gastronómica, del mar y de la huerta, la variedad de los platos activan el gusto. Y, en fin, hasta esa belleza inmaterial e inmortal de la historia, del pasado remoto a la revolución industrial, puede tocarse en cuevas, castros, paredes, piedras y minas. La región empieza un verano diferente. Pero sin duda igual de seductor. Un privilegio para el turista, y más para los gallegos.

Los visitantes, con mascarillas y distancia, volvieron a los museos ávidos por descubrir tesoros. Los había. También a Cíes y Ons, que han abierto los brazos del paraíso para recibir a ansiosos de playa y amantes del icónico archipiélago. Los catamaranes vuelven a la Ribeira Sacra. Los senderistas y apasionados de la Costa da Morte se reencuentran con su idílica belleza. La catedral de Santiago abrió sus puertas a los peregrinos, que desinfectaron las manos como un gesto más de normalidad. Vuelven las termas en Ourense, con cita previa. Y las playas relucen esplendorosas tras el respiro del confinamiento. Rebrota la belleza de Galicia. De inventario imposible, infinita.

Retorna la oferta de siempre, aunque con múltiples precauciones. Galicia fue la primera comunidad española en abandonar el estado de alarma implantado por el Covid-19 en base a sus buenos resultados epidemiológicos. Eso añade un suculento plus a la imagen de región saludable ya merecidamente ganada con anterioridad e incentiva el interés de los foráneos por acercarse. Bienvenidos sean. Julio arranca muy por debajo de las expectativas turísticas, en especial en las concurridas Rías Baixas. Los técnicos lo ven lógico porque estamos ante un verano atípico, aunque será a partir de la segunda semana del mes cuando la ocupación podrá medirse de verdad. Las reservas, en especial en casas de turismo rurales, aumentan y hay quien en un verano tan raro ha logrado colocar el cartel de completo para agosto. No puede obviarse la preocupación por lo que vaya a ocurrir en los próximos meses, pero tampoco las enormes ganas de encarrilar de nuevo los pasos hacia unos cauces normales. Vivir sin pánico y trabajar sin la amenaza de un crac económico, en definitiva.

Los ciudadanos ansían el disfrute de aquellas alternativas de ocio que constituyen una parte esencial de estos momentos de descanso. Han interiorizado para desenvolverse las medidas de protección para los tiempos del virus habituales hoy en cualquier parte. Sin esperar a que nadie en particular determine cómo, cuándo y para cuántos debe desarrollarse cada programa, no existe otro secreto que actuar con responsabilidad, prudencia y autoprotección aplicando el sentido común.

Las romerías y los grandes festivales, por razones obvias, son los grandes sacrificados. En eso sí que cambiará radicalmente la cultura de la diversión. Este año no va a parecerse a ningún otro. Las que, por mantener ininterrumpida la continuidad en la tradición, siguen adelante quedarán reducidas a celebraciones testimoniales. Los ayuntamientos, no obstante, redoblan sus esfuerzos por amenizar las estancias.

Vigo, que ha tenido que suspender la multitudinaria procesión del Cristo, multiplicará conciertos y espectáculos con aforos reducidos por toda la ciudad, tanto en barrios y parroquias como en el centro. Pontevedra mantendrá las fiestas de la Peregrina, aunque sin grandes actuaciones y con eventos más repartidos. El resto de concellos, cada cual según sus posibilidades, emprende igual camino. Todo se replantea por toda la geografía. Una oportunidad para descubrir las ciudades desde otra perspectiva: en las plazas que pasaban desapercibidas, en los matices de esos rincones ignorados por acudir a los lugares de bullicio.

Pese a todo, en Galicia no faltarán propuestas y nuevos formatos para responder a la sensibilidad de un verano atípico. Tan innumerables y variados son sus atractivos que hay toda una riqueza por descubrir. Su enorme paraíso natural, cultural y artístico es una invitación a patear su geografía, también en soledad, en familia o en grupos reducidos, lejos del mundanal ruido. Porque, por buscar un enfoque positivo a lo que está ocurriendo, esta desgraciada plaga va a posibilitar un hecho insólito: saborear Galicia sin tantas aglomeraciones.

Aunque el futuro de una región de tejido diversificado como la nuestra no pueda basarse exclusivamente en atraer visitantes, no existe sanedrín de sabios o plan prospectivo que no incluya potenciar esa faceta entre sus recomendaciones. Con recursos verdes y de calidad que nada tienen que envidiar a los de los más afamados destinos. Si los economistas precisaban de una prueba empírica para avalar su consejo, la pandemia acaba de proporcionársela. A la espera de septiembre para certificar con certeza el test de resistencia, ni un desastre como este desinfla por completo el turismo gallego.