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Trump, el racismo y las elecciones

La carrera hacia la presidencia de Estados Unidos estaba en plena efervescencia cuando la llegada del Covid-19 la dejó en un segundo plano. Se interrumpieron los mítines y la campaña continuó a marcha lenta aunque para las convenciones de los grandes partidos volverá a su estado normal, sobresaliendo ante cualquier otra información.

Analistas de la política estadounidense han señalado en los últimos días que las consecuencias de la oleada de manifestaciones contra el racismo surgidas tras los homicidios, o como sean calificados por los tribunales, de Georges Floyd y Rayshard Brooks, pueden terminar con la no reelección de Donald Trump. Es posible que sea una razón. Pero también creo que es una presunción relativa. Una muestra anhelada y voluntarista. Antes del primer martes después del primer lunes del próximo mes de noviembre, el día 3, pueden y van a ocurrir muchas cosas. Bastantes esperadas pero otras imprevistas en todos esos días.

Aunque Donald Trump no sigue igual trayecto que el que fuera gobernador de Alabama, George Wallace, al actual presidente le puede esperar un camino parecido. Los tiempos y los métodos han variado mucho, transcurridas casi siete décadas entre las trayectorias de ambos políticos, pero sí tienen un enemigo común, la segregación racial o el racismo. Las leyes van mejorando el ambiente social pero la letra pequeña siguen sin leerla gran parte de los mandatarios. El supremacismo se ha disfrazado pero continúa siendo el mismo lobo cubierto con piel de cordero. Tampoco se deben olvidar los métodos utilizados en la anterior elección ya que pueden volver a ser empleados, más refinados y sutiles, menos bastos, más subliminales. Aunque los métodos de Mr. Trump no brillan por su sutileza y finura.

La revuelta social que estos días llena los barrios de cientos de poblaciones estadounidenses se va reduciendo poco a poco a la situación de la población afroamericana, histórica, y se distancia, a su vez, de la política del presidente. Si al principio Trump entró en la polémica racista y protagonizó algunas escenas propias de un prepotente intolerante supremacista, con el paso de los días las protestas se dirigen al problema primario, a la tremenda desigualdad de trato, aplicación de derechos y prácticas que la policía ejerce sobre la población desheredada solamente por el color negro de su piel. Y la fuerza de la lucha contra el presidente se va diluyendo en combatir lo más cercano y profundo, el racismo local rampante. Entonces ya se apunta menos a Trump y se señala a gobernadores, alcaldes, jefes de policía, agentes descaradamente racistas. Y el punto álgido, el pico del rechazo hacia la política del presidente y su policía empieza a declinar. Se va reduciendo a determinados barrios. Y se observa en las informaciones audiovisuales, como muestran muchas series de televisión con que las cadenas norteamericanas dan, según su ideología, su visión del problema.

Las manifestaciones que se producen en Europa y algunos otros puntos del globo fuera de Estados Unidos siguen siendo igual de radicales, van aumentando su fuerza en muchos casos pero están lejos de rozar la actuación de la policía y la política de Donald Trump. Quizá logren superar las discriminaciones que se producen en muchos países pero afectarán poco a la elección del presidente del imperio norteamericano. Los informativos estadounidenses dan pocas noticias de Europa.

Los expresidentes demócratas Barack Obama, Bill Clinton y Jimmy Carter, y el republicano George W. Bush, han hablado del tema sin señalar a Trump. "Es muy importante que aprovechemos este momento que se acaba de generar como sociedad, como país, y utilizarlo para finalmente lograr un efecto", ha dicho Obama en una videoconferencia sin mencionar al inquilino actual de la Casa Blanca y en la que habló de "cambio de mentalidad" de la población. Carter y Clinton llaman a "la gente con poder, privilegios y conciencia moral" a poner fin a la discriminación racial, mientras Bush habló de "tragedia más en una larga lista de tragedias similares" y dijo que no es momento de dar lecciones.

Un 11 de junio histórico, el de 1963, el gobernador de Alabama, George Wallace, se plantó en la puerta del Auditorio Foster de la Universidad para impedir la entrada a dos estudiantes negros que iban a matricularse. Entonces el Fiscal General Adjunto, Nicholas Katzenbach, le instó a apartarse para dejar paso pero el gobernador, que había prometido "segregación ahora, segregación mañana y segregación por siempre", se negó. El fiscal llamó al presidente John F. Kennedy y este ordenó al general Henry Graham, al mando de la Guardia Nacional en el estado, a intervenir. Entonces el republicano Wallace se apartó. Con esta ideología Wallace siguió ganando elecciones en nuevas convocatorias cambiando varias veces de partido y aunque al final se arrepintió de su segregacionismo. Trump, que llegó a decir tras la muerte de Floyd que "ojalá que nos esté mirando" ya que había disminuido el paro y "es un gran día para él y para todos" y que se alegraría desde el cielo si viera el nuevo dato sobre desempleo, no parece arrepentirse de sus frases. De momento, dice Trump, que la mejor forma de combatir el racismo es fortalecer la economía. Las convenciones de demócratas y republicanos de la segunda mitad de agosto pueden dar una pista de cómo estará el ambiente el 3 de noviembre. Los mítines, de vuelta el 19 de junio.

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