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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La hora de los agoreros

"¡Menudo disgusto me voy a llevar el lunes!", dicen que dijo cierto aristócrata inglés, con impavidez británica, cuando le anunciaron un viernes que su negocio estaba ardiendo. El weekend es sagrado para sus inventores; y, además, las malas noticias conviene aplazarlas a día laborable. Tampoco es bueno darlas en verano.

No es esa una actitud que compartan, por desgracia, los gurús de la economía que insisten en sembrar el pánico con las desventuras que el Covid-19 nos va a traer a todos en los próximos meses y años. Compiten, en efecto, el FMI, la OCDE, el Banco de España y otros agoreros de plantilla en ver cuál de ellos larga la predicción más catastrófica sobre el futuro de la economía mundial y de la española en particular.

Es la hora de los cenizos y el patio se nos ha llenado de futurólogos que se apresuran a pronosticar desastres para que los vayamos sufriendo por anticipado. La bruja Lola y el sindicato de adivinos del porvenir debieran querellarse por intrusismo profesional contra estos augures del Producto Interior Bruto.

En el caso de España, que va a ser una de las más magulladas por los efectos del virus, el Fondo Monetario Internacional prevé un desplome del 12,8 por ciento para este año. La OCDE sube la apuesta hasta un 14,4 por ciento en su hipótesis máxima; y tan solo el Banco de España ofrece algún consuelo a los pecadores. Según sus más módicos cálculos, la economía del país encogerá solo un 11,6 por ciento. Un alivio.

La traducción de esa batería de números a la vida diaria supondrá un drástico crecimiento del paro, el cierre de empresas y el empobrecimiento más o menos general de la población, entre otras desdichas. Bien es cierto que esos severos organismos han calculado también el rebote de la economía en el 2021; pero aun así lo condicionan a que el virus de la corona no se arranque con una nueva embestida.

La única y muy remota esperanza frente a tanto infortunio podría residir en que los profetas de la economía son como los hombres del tiempo: incluso en lo mucho que fallan. Más modestos, o acaso más sinceros, los meteorólogos suelen advertir que sus predicciones no son del todo fiables más allá de tres días. Las pitonisas financieras, sin embargo, no dudan en afinar en décimas el alcance del desmoronamiento del PIB y hasta avanzan cómo será la recuperación el próximo año.

Eso no quita que casi ningún gurú de los números atinase a profetizar la anterior crisis de 2008, hasta que el paquete explosivo de las hipotecas subprime hizo saltar por los aires las finanzas del planeta.

Famoso es el caso del Nobel Paul Krugman, que en mayo de 2012 anunció el fin de la economía europea tal como la conocíamos hasta entonces. Pronosticaba el experto la salida de Grecia de la moneda única, sendos corralitos en España e Italia y, por último, la extinción del euro. Sobra decir que no acertó ni una.

Errores de predicción como este han abundado lo bastante como para que alguien tuviese la ocurrencia de decir que los economistas son "expertos que sabrán mañana por qué lo que predijeron ayer no sucedió hoy".

Infelizmente, el estado de ánimo de la población es esta vez aún más sombrío que las acongojantes predicciones de los economistas; y mucho es de temer que, por una vez, se cumplan los augurios de los agoreros. Por suerte, la inminente catástrofe nos pilla en bañador. Menudo disgusto nos vamos a llevar después del verano.

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