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El prodigio de leer con niños

En la vida cotidiana hay maravillas que ocurren con frecuencia, pero a las que apenas les damos importancia. Una de ellas sucede cuando alguien le cuenta un cuento a un niño o a una niña.

Visto desde afuera, parece un ritual de entretenimiento dirigido a los más pequeños carente de importancia. Sin embargo, en ese instante mágico en el que, como las llamaba Homero, las palabras aladas cobran vida en la voz de alguien que narra una historia, se produce el gran milagro: quien escucha se siente de repente conducido al lugar donde sucede lo que se cuenta. Mi hijo, a los 6 años, me reveló en una de las noches mágicas en las que se sintió transportado: "Cuando me lees un libro que me gusta, siento que estoy metido dentro de él y que me pasa lo que allí pasa".

Por eso leer, o que te lean, siempre es un viaje. Y un viaje es una experiencia. Y la experiencia, de acuerdo con el filósofo Jorge Larrosa, no es lo que pasa, lo que ocurre o lo que sucede, sino lo que nos pasa, nos ocurre o nos sucede. Y es necesario recordar que la palabra experiencia está relacionada con la idea de travesía, de recorrido, de pasaje.

Comparto lo que decía el escritor Antonio Basanta en su pequeña joya "Leer contra la nada": "Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse".

Y el prodigio sucede no cuando alguien lee "a" un niño, sino cuando alguien lee "con" él. La preposición que se utilice, "a" o "con", va a ser determinante para que se produzca esa vivencia extraordinaria.

Uno de los poemas más conmovedores de nuestra literatura es la elegía que Miguel Hernández compone para su amigo del alma que acaba de morir. En la dedicatoria escribe: "A Ramón Sijé, con quien tanto quería". No escribió "a" quien, como escuché en una versión cantada del poema, sino "con" quien tanto quería. El "con" supone compartir, supone relación, supone compañía.

Quien cuenta, por lo tanto, va a dejarse ir "con" ese niño o esa niña a donde el relato los lleve. Durante el viaje, va a participar de sus zozobras, de sus asombros y de sus interrogantes. Va a trasladarse a un lugar al que, aunque se vuelva una y otra vez, siempre será distinto.

El filósofo Santiago Alba Rico, en su fascinante "Leer con niños" -¡que compré sin dudarlo por el título!-, nos habla de las intensas horas de lecturas que les dedicaba a su hija y a su hijo, y cómo ese leer "con" también lo transformó a él, enriqueciendo su presente y aprendiendo lo indecible gracias a la atención de sus insaciables escuchadores.

Quienes cuentan "con" se apartan de lo que podemos llamar "la tentación pedagógica", esa perversión de quienes pretenden utilizar el cuento para dar una lección, para transmitir un mensaje, para inculcar una ideología. ¡Qué poca valoración tienen de los cuentos los que los instrumentalizan convirtiéndolos en píldoras sermoneadoras!

Como sostiene Irene Vallejo en su deslumbrante "El infinito en un junco": "Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida. Mientras escuchas con soñadora atención, el narrador y el libro se funden en una única presencia, en una sola voz".

No se necesita, pues, ningún artilugio transportador para que ese viaje insólito ocurra, solo se requiere una voz cariñosa que abra un libro y le susurre a un ávido oído infantil una historia, un? Érase una vez.

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