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Ceferino de Blas.

La colina sagrada

Jaime Solá llama al monte de La Guía la colina sagrada. Solá es uno de los personajes que enaltece el selecto grupo de vigueses ilustres. Periodista y escritor, fundador y director de "Vida Gallega", la revista más prestigiosa que haya existido nunca en Galicia, fue acérrimo defensor del Vigo futuro, el gran sueño de Antonio Palacios, con el que quiso construir una ciudad de película.

En 1919, Palacios traza el primer esbozo en la conferencia que pronunció en "La Oliva", en el que incluía un diseño para La Guía, donde figuraban, además del nuevo templo que sustituyese a la ermita del siglo XVI, el Museo de Oceanografía, una Escuela Náutica y un hotel.

Jaime Solá se sume en el sueño del arquitecto y lo interpreta como un lugar de retiro, de estudio y espiritualidad, y le pone nombre: la colina sagrada.

Años más tarde, en 1930, Palacios presenta el proyecto diferenciado para el templo, tan grandioso que, de haberse llevado a efecto, hoy sería irreconocible.

La Guía ya fue el alto elegido, en 1845, para instalar el primer faro que iluminó la ría a los barcos que buscaban atraque. Tanta falta hacía que algunos comerciantes habían solicitado instalar luminarias en sus casas, para que los cargueros pudieran entrar de noche. Era un cerro estratégico. Y sacro.

Cuando Vigo era un pueblo de marineros, y La Guía su lugar de devoción, en los días de tormenta las mujeres de los pescadores, al ver que no regresaba la barca, subían a la ermita y cambiaban de sitio la teja para que virara el viento y sus maridos retornaran salvos a casa.

Lo cuenta Ortega Munilla, en 1885, en la más hermosa narración de las romerías de La Guía que se ha escrito. Había dos al año, una el lunes de Pascua, otra en agosto, y ambas eran concurridísimas, como expresión de religiosidad y diversión popular, donde la gaita, el baile, el vino,"el cortejo de la mendicidad" , el ruido de los cohetes y los ex votos, formaban un paisaje inigualable.

Tan impactante debía ser la fiesta que conmovió al gran pintor Francisco Pradilla, y creó un cuadro sublime, "La misa al aire libre en La Guía" -algún día debería exponerse aquí-, que no sólo ganó el primer premio en el certamen de Berlín, de 1892, sino que fue solicitado para una gran muestra de artistas en Viena.

Por fortuna, Ortega Munilla, padre del filósofo Ortega y Gasset, captó en todo su esplendor el espectáculo de la romería. Le impresionó tanto como a la condesa de Pardo Bazán la procesión del Cristo de la Victoria, que le inspiró el bellísimo artículo "Cirios".

Es una suerte que estos dos acontecimientos religiosos, que trascienden el marco confesional para convertirse en contextos sociológicos indisociables del ser y sentir de los vigueses, hayan tenido tan grandes escritores y artistas que los hayan introducido en el cofre de la historia.

Por eso la buena noticia de que la Escuela de Canteros de Pontevedra está labrando la monumental escultura que coronará el santuario, ha sido acogida por los devotos de La Guía con el entusiasmo con que los barceloneses esperan que culmine la Sagrada Familia de Gaudí.

Cierto que la capilla no es el ingente templo que proyectara Palacios, que lo concibió rematado por una torre monumento para ubicar una gran figura de Jesús. Pero esa idea también la aceptó el arquitecto Gómez Román, su autor, cuando en 1952 se bendijo la primera piedra, aunque no haya podido consumarse por falta de medios. Ahora culminará.

Un día luminoso, el escritor Carlos Fuentes sobrevoló Vigo, y ensalzó admirado su gran parecido con la bahía de Río de Janeiro. La semejanza será será mayor cuando se yerga el monumento del Jesús. Por eso recupera pleno sentido la definición de Jaime Solá de colina sagrada para La Guía, entre los nueve cerros que coronan Vigo.

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