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La enseñanza tras la pandemia

Como tantos otros aspectos de nuestra vida social, es fácil pensar que el tremendo impacto que la pandemia del coronavirus está causando en todos los órdenes de nuestra vida, puede afectar también de manera sustancial a los sistemas educativos. La necesidad del desarrollo de la enseñanza digital que la fuerza de los acontecimientos epidémicos ha impuesto en los tiempos del confinamiento, ¿va a suponer que ese modo de educación ha venido para quedarse definitivamente sustituyendo en gran medida a la tradicional enseñanza presencial? ¿Ocurrirá con esa modalidad de enseñanza lo que sí parece que va a ocurrir con el teletrabajo, esto es, que alcance un sustancial desarrollo y ello suponga una subordinación de la enseñanza presencial?

Las limitaciones en esta coyuntura pasada de esa modalidad de enseñanza a distancia han sido evidentes. En gran medida por la brecha digital que existe en nuestro país que supone diferentes posibilidades de acceso a los elementos técnicos de esa modalidad de enseñanza y por la diferente preparación familiar para el correspondiente apoyo a los escolares que implica la misma. De modo que una de las funciones inexcusables de la enseñanza en las sociedades democráticas como es la de paliar las diferencias sociales de origen de los educandos no solo no se ha cumplido en la etapa de confinamiento, sino que incluso, casi podríamos decir, que ha aumentado. Del mismo modo que la función de socialización que debe estar implícita entre las funciones a conseguir por todo sistema educativo desaparece en esa modalidad exclusiva de educación.

Renunciar o reducir al mínimo la educación presencial concediéndole la prioridad dominante a la enseñanza a distancia a través de los medios telemáticos sería, sin duda, abandonar algunas de las funciones esenciales de la escuela. La presencia física, el contacto directo con el maestro, con el profesor, es fundamental. Todos los que hemos ejercido esa honrosa profesión lo sabemos: el alumno no solo aprende en la escuela contenidos disciplinares, sino valores y actitudes que, sin duda, se desarrollan con el contacto directo con el que le educa si este es consciente de que la escuela no solo debe transmitir conocimientos, esto es, instruir, sino, y creo que sobre todo, educar. Y esa función, además de la de socialización que conlleva y a la que nos referíamos más arriba, solo puede desarrollarse con la educación presencial.

Lo que no es óbice para que la escuela se dedique a instruir y desarrollar los conocimientos y las prácticas en las nuevas tecnologías que son instrumentos básicos e imprescindibles ya en la sociedad digital en la que los alumnos van a vivir. Del mismo modo que es necesario que el profesor las utilice, como ya se viene haciendo, en las aulas como elementos de gran eficacia didáctica.

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