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escambullado no abisal

La propina

Preguntarse cuánto valen las cosas es como preguntarse a qué huelen las nubes. Somos ángeles caídos que han extraviado ese entendimiento. La economía humana nació sobre la autosuficiencia, se erigió sobre el trueque y creó el dinero como una representación manejable de aquellos productos que no se podían trasladar fácilmente. Cuando el dinero se convirtió en un objetivo en sí mismo se rompió esa relación con lo tangible. La economía financiera decuplica actualmente a la real y los ordenadores minan bitcoins. Caminamos como funambulistas sobre burbujas: tan hermosas y arcoirisadas como vacías, destinadas a explotar. Cada crisis solo preludia la siguiente.

En la universidad asistí a un cursillo bursátil. Lo único que aprendí fueron las limitaciones de mi pensamiento abstracto. Me hablaron de futuros: no la compra de acciones, sino la compra de lo que podrán ser. Como contratar a un recién nacido por el oficio que le supones de adulto y la calidad que le anticipas en su desempeño. Y yo, que ya sudaba para repartir bien mi asignación semanal entre el menú del estudiante y las copas del jueves, cortocircuité. Hoy nos ofertan opciones, pólizas, preferentes. Grandes especuladores apuestan sus fortunas contra la quiebra de países, como quien juega a la ruleta. La economía se ha convertido en Matrix: complejas líneas de código cuyo tejido apenas percibimos y que no sabríamos descifrar. Mientras Amazon, por ejemplo, sigue basando su negocio en los márgenes de beneficio, Alibaba repartiría dividendos aunque regalase todos los productos que vende en AliExpress. La enriquecen los datos, los mecanismos de pago, los instrumentos tecnológicos...

Muchos nos dedicamos a tareas cuya monetización en realidad no sabríamos precisar. Este periódico cuesta el papel, la tinta, la impresión, los sueldos, aquello que la empresa ha decidido que debe adjudicar al texto que sus redactores escribimos y en realidad lo que el lector acepta pagar. ¿Cuánto vale este artículo? Un minuto de atención o un bostezo. ¿Cuánto vale salvar vidas? Entre el agradecimiento eterno y el sueldo finito, la Xunta ha decidido que un bono de descuento por 250 euros en viajes y comidas para los primeros que lo soliciten.

La idea se ha presentado como una fórmula para reactivar el turismo y la hostelería. Al promotor se le supone la buena intención, que es lo que empiedra el infierno. Inevitablemente se ha ofendido a un sector, el sanitario y asistencial, carcomido por la precariedad laboral. Ha sonado a sereno implorando por su aguinaldo en los cómics de Zipi y Zape; a "siente un pobre a su mesa", como en el Plácido de Berlanga.

La propina, aunque contante y sonante, depende de un contexto cultural. En los países sajones se ha estandarizado por convención en el 15 por ciento. Ya la anticipa uno en pago a un buen servicio. En España se deja a la voluntad del cliente, lo que produce una cierta sensación de vasallaje. Y es casi mejor no dar nada que quedarse corto. A los médicos, enfermeros y cuidadores se les ha pagado por su trabajo lo que estipulaban sus contratos. A la vez exigen mejores condiciones y medios. Reclamando para ellos, reclaman para todos. Una sociedad justa no se construye con gratificaciones, sino con obligaciones y derechos.

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