Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

escambullado no abisal

Presidente cuántico

Feijóo, aunque omnipresente, nunca está. A los demás candidatos, aunque invisibles, los lastra su carnalidad. Ellos sudan, sangran y se ensucian en el barrizal sobre el que Feijóo levita. Tal es el desequilibrio de esta contienda electoral. La oposición se enfrenta a un espectro al que jamás puede agarrar porque Feijóo es una cosa y su contraria; incluso se finge su propio enemigo si le conviene derrotarse, de modo que ningún antagonista resulta necesario en el relato político. A Feijóo lo interpretaría Peter Sellers. Y cuando crees haberlo capturado, si acaso ha cometido un desliz, abres las manos y solo contienen aire. "La mejor jugada del diablo fue convencer al mundo de que no existía", nos revela Verbal Kint en Sospechosos habituales. La mejor jugada de Feijóo ha sido convencernos de que existe.

La pandemia ha acentuado esta condición etérea de Feijóo. Sánchez e Iglesias se ametrallan las acusaciones más despiadadas con Casado y Ayuso: ineptitudes, asesinatos, eugenesia... Combaten sobre las competencias de cada administración. Feijóo es capaz de manejar esas paredes institucionales a su antojo como la arquitectura plástica en los sueños de Origen. Feijóo se atribuye aquellos datos positivos que Ayuso achaca al Gobierno por negativos y viceversa. Acepta y niega haber gestionado las residencias de ancianos o exige y rechaza las restricciones de movilidad sin contradecirse porque él va adaptando su autonomía al argumentario. Y así también con el tiempo: se le debe el hágase la luz pero ningún fracaso en sus once años de mandato, que se supondrían de otro.

El Partido Popular, al refundarse sobre AP recogiendo las cenizas de UCD, se concibió como una maquinaria electoral de escasa cohesión ideológica. Como al Real Madrid, nunca lo ha definido el estilo, sino la victoria. En su seno han convivido liberales, democristianos, conservadores y nacionalcatólicos, repartiéndose las cuotas de poder según sus equilibrios internos. El PP aspira a recuperar esa amalgama, repatriando a los votantes que se le han ido escapando por cada flanco hacia Vox y Ciudadanos. Y Feijóo se perfila como el sustituto perfecto cuando Casado se agote en su banalidad. Porque Feijóo es liberal, conservador, democristiano, nacionalcatólico y todo lo que se requiera en cada instante y a la vez; con tantas identidades ideológicas como James McAvoy en Múltiple.

Sucede con Feijóo lo que con el asesino de Los crímenes de la calle Morgue. Los testigos que han oído su parloteo, en realidad el de un orangután, le atribuyen un idioma que ellos desconocen, como el italiano al que le parece que hablaba ruso y el francés al que le pareció español. A Abascal, Feijóo le parece un peligroso nacionalista gallego y a Pontón, un peligroso nacionalista español. Y no es que Feijóo se sitúe en el medio, sino que habita simultáneamente en todos los puntos y en ninguno. En Feijóo algunos proyectan sus miedos y otros, sus anhelos, que él se limita a reflejar como un espejo.

Feijóo ha renunciado a la precampaña porque le sobran vicarios. La está haciendo sin hacerla. Galicia afronta las elecciones con las urnas convertidas en cajas de Schrödinger. Sabemos que al abrirlas estará Feijóo pero no qué Feijóo entre todos los Feijóos posibles. Porque incluso su negación sería simplemente otro estado cuántico de Feijóo.

Compartir el artículo

stats