Norman Podhoretz, intelectual neoconservador, fue entrevistado por Charles Peña, experto en relaciones internacionales, en 2007. Podhoretz publicaba un nuevo libro, World War IV, en el que advertía sobre los peligros del "islamofascismo". El autor establecía paralelismos entre la Alemania nazi y el terrorismo islámico. Peña mostró su desacuerdo con esa comparación. No fue una entrevista fácil. Pero lo interesante vino al final, cuando Podhoretz le preguntó al entrevistador, confesando su desconocimiento, cómo se les llama (en inglés) a la gente que vive en Afganistán. Peña, visiblemente atónito, ni siquiera contestó.

Cualquier espectador de C-SPAN (el canal donde se emitió la conversación) pudo haberse preguntado en ese momento cómo es posible que una de las personas que había persuadido (con éxito) a la Administración Bush para invadir Irak y que, cuando tuvo lugar la entrevista, estaba abogando (sin éxito) por bombardear Irán, cuyo libro recién publicado trataba de promover una suerte de doctrina en política exterior, no podía (no sabía) pronunciar el gentilicio de uno de los dos países (el primero) a los que Estados Unidos había enviado tropas después del 11 de septiembre de 2001.

Teniendo en cuenta la cantidad de artículos publicados por el autor sobre la "guerra contra el terror", así como su supuesta influencia en aquella presidencia republicana, no deja de ser curioso que los habitantes de esas regiones sobre las cuales la democracia se expandiría como una mancha de aceite no aparezcan nunca en los textos del pensador, o al menos no lo suficiente como para que él recordara cómo diablos se llaman ("afghan o afghanistanian") los seres que las habitan.

Conocida es la anécdota también de la quinta temporada de la serie de televisión Homeland, cuando unos artistas (contratados por la productora) hicieron un grafiti para un episodio que decía "Homeland es racista", el cual apareció, sin ironía deliberada, el día de su estreno. Como estaba escrito en árabe, nadie (nadie) se percató del contenido de la pintada. Hasta el punto de que, una vez descubierto, al creador de la serie no le quedó más remedio que quitarse el cráneo a lo Valle-Inclán y reconocer el ingenio exhibido en ese "sabotaje artístico". La serie trata sobre las operaciones de la CIA en Oriente Próximo y en ella suele verse una gran cantidad de árabes de diversos orígenes. Aquel día, cuando se grabaron las escenas, nadie entendía, al parecer, la lingua franca.

No son errores menores si lo que se pretende es sentar cátedra sobre el destino de Mesopotamia o entretener a los espectadores con los tejemanejes de una inteligencia estadounidense que tiene dificultades para leer frases en las paredes. Y nos da una idea de cómo uno se puede aproximar a un tema, con aparente autoridad, sin unas nociones básicas (del tema). Tanto en un caso como en otro, el problema no reside en el hecho de que todos los involucrados fueran gente estúpida, sino muy al contrario (uno puede discrepar en casi todo con Norman Podhoretz, pero es un tipo muy inteligente; Homeland tiene muchos momentos de brillantez): simplemente dejaron de escuchar porque solo se escuchaban a ellos mismos.

Ahora es, precisamente, cuando se debe escuchar a los afroamericanos que demandan un trato igualitario. ¿Por qué lo demandan? ¿Cuál es su historia? ¿Y su tradición? Las leyes de los derechos civiles (1964 y 1965) se aprobaron para corregir los defectos de unas enmiendas constitucionales aprobadas casi un siglo antes (1870). En 1967, el Tribunal Supremo legalizó el matrimonio interracial. Alabama, en el año 2000, fue el último estado en eliminar de su constitución la prohibición del matrimonio entre blancos y negros; más del cuarenta por ciento de los residentes votaron en contra (¡).

Quienes niegan la existencia del racismo sistémico podrían poner los datos en su contexto histórico, ya que el contexto histórico, en este caso, determina los datos. Tampoco estaría mal leer a Frederick Douglass, W.E.B. Du Bois o James Baldwin. Qué decían entonces y qué está pasando ahora. Qué ha cambiado y qué no. De ese modo, además de sermonear, podríamos escuchar, evitando, así, cometer el error de dar lecciones a unos ciudadanos que piden igualdad ante la ley y un reconocimiento de la realidad. En suma, imaginarnos a nosotros mismos en esa tradición y en esa historia. Para que sea, finalmente, la tradición y la historia de todos.