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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Los rastreadores del virus

A falta de saber en qué se concreta la "nueva normalidad" que nos anuncia el presidente Sánchez (que mucho nos tememos ha de parecerse demasiado a la antigua, pero mucho más complicada y confusa) la lucha por el control de la pandemia hace retoñar expresiones que fueron de mucho uso en nuestra juventud. Por ejemplo, "rastreadores" para referirnos al grupo de profesionales encargados de seguirle el rastro a los contagiados por el coronavirus, identificarlos y luego confinarlos en una cuarentena para impedir que sigan expandiendo el mal al resto de la población.En cierto modo, una tarea parecida a la que se sigue con las enfermedades de transmisión sexual que solo prosperan por contacto íntimo entre personas.

Los niños que nos educamos sentimentalmente en el cine de posguerra sabemos perfectamente para lo que valían los rastreadores, que eran unos personajes característicos de las películas del Oeste (o de indios y vaqueros) y de las de cacerías de animales salvajes en tierras africanas. En las del Oeste, los rastreadores solían ser unos indios renegados que trabajaban para el ejercito yanqui indicándoles el mejor camino para acceder a los territorios ocupados secularmente por las tribus indias(sioux, apaches,hurones, mescaleros etc). Normalmente, vestían una ropa que mezclaba elementos de las dos culturas enfrentadas aunque era casi obligado llevar en la cabeza un sombrero de estilo vaquero con una pluma. Los rastreadores iban siempre por delante de la tropa avisando del peligro y de las emboscadas.Era un trabajo arriesgado y de cuando en cuando los mercenarios eran descubiertos por sus hermanos de raza y pasados a cuchillo sin hacer demasiado alboroto. Los rastreadores de animales salvajes en tierras africanas eran otra cosa. Acostumbraban a trabajar a sueldo de cazadores profesionales que organizaban circuitos para solaz de blancos con alto nivel económico y deseosos de sentir emociones fuertes ante la proximidad de fieras salvajes. Los profesionales, con la ayuda de los rastreadores, ponían a las bestias a tiro y si el cliente fallaba o le daba un ataque de pánico, las remataban con unos disparos certeros. La gallardía de los cazadores profesionales solía despertar el interés sentimental de las bellas acompañantes los financiadores de la expedición y las jornadas cinegéticas se complicaban. África suele excitar las pasiones. nuestro Rey emérito, Juan Carlos de Borbón, fue fotografiado al término de una cacería junto a un elefante que acababa de abatir y desde entonces la suerte le abandonó y al cabo de un tiempo hubo de abdicar en su hijo Felipe VI, del que ,de momento, no se conocen fotos de monterías, ni siquiera de conejos o de perdices.

Los Borbones tuvieron siempre afición a la caza pero las secuelas de la aventura de Botsuana les habrán hecho reflexionar. De quien no se conoce la identidad es del rastreador de las fotos que dieron pie al escándalo de las relaciones sentimentales entre Juan Carlos de Borbón y la princesa Corina. Rastrear fue, de siempre, una tarea apasionante y hay que desearle el mayor de los éxitos a los encargados de seguirle la pista al coronavirus.

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