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Escambullado no abisal

También sangran

The last dance retrata la última temporada de Michael Jordan en los Bulls y su trayectoria en la franquicia en general; también de varios compañeros. Los autores del documental accedieron durante ese periodo a la intimidad del vestuario y de sus inquilinos. Jordan, el mito esculpido en mármol y reproducido en etiquetas, se encarna: ambicioso, cruel, obsesivo; igualmente sacrificado, vulnerable, atormentado. Compleja y doliente contradicción, como cada uno de nosotros a nuestra manera.

Una de las imágenes ya se conocía, aunque en foto silenciosa: Jordan, tumbado sobre el suelo, exhausto tras haber conquistado el cuarto anillo. The last dance le añade sonido: el lamento desgarrado de alguien que añora a su padre asesinado, con quien ya no puede compartir la gloria. Nunca dejamos de ser niños que quieren agradar a sus padres, ni siquiera cuando ya nos han abandonado.

El documental, veinte años después de los hechos, aunque de pulso histórico, ha despertado diversos debates; entre ellos, si el descubrimiento o confirmación de esas zonas sombrías de Jordan afecta a su leyenda. Creo que no. Conocer al ser humano que ha protagonizado una gesta la dibuja en su justa dimensión, ese mérito del que los dioses carecen por su omnipotencia. A Jordan lo ensalzan sus pecados y defectos más que sus virtudes porque lo aproximan a cualquiera. Incluso el vicio y la rabia.

Sucede igual con los héroes que con los malvados, categorías que dependen de la perspectiva y que suelen parecerse bastante más de lo que pensamos. Bajo sus ropajes siempre se oculta la pulpa palpitante. "¿No tiene ojos el judío? ¿No tiene el judío manos, órganos, miembros, sentidos, emociones, pasiones? ¿No se alimenta de la misma comida, no se lastima con las mismas armas, no se expone con las mismas enfermedades, no se cura con los mismos remedios, no se calienta con el mismo verano y se enfría con el mismo invierno que el cristiano?", se pregunta Shylock en El mercader de Venecia.

Olvidamos con demasiada frecuencia la fragilidad del otro, que es la nuestra. Especialmente si lo contemplamos a través de una pantalla, que es como ahora transcurren habitualmente nuestras vidas. Las redes sociales nos han convertido en espectadores permanentes de la realidad y por eso tratamos al prójimo con impiedad, como a un personaje de ficción; exactamente como a un judío del gueto veneciano. Alguien a quien concebimos distinto, siendo exactamente igual.

Pienso en los políticos de todo signo. Ellos mismos están alimentando su ruina. Temen a las cámaras en sus vestuarios. Prefieren los retratos cortesanos que les confeccionan sus medios afines, los que subvencionan o crean. Mala cirugía estética, que les borra las arrugas a cambio de plastificarlos. Se han convertido en estafermos a los que sus gobernados golpean en su desesperación.

A Sánchez, Ayuso o cualquier otro, da igual, los ha demonizado la trinchera contraria. Más allá de su aptitud o su gestión, sin duda sufren, dudan, tiemblan y se cansan. Recordemos de vez en cuando que Fernando Simón, cristiano o judío, es humano. "¿Si nos hacéis un corte, no sangramos? ¿Si nos ponéis veneno, no morimos? ¿Y si nos hacéis un agravio, no habremos de vengarnos?".

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