El presidente de Estados Unidos sugiere que un conocido presentador de televisión y excongresista está implicado en la muerte de una antigua becaria. "¿Por qué abandonó el Congreso tan rápida y silenciosamente? ¿Consiguió salir impune del asesinato? Alguna gente piensa eso." Parece la sinopsis de una novela de espionaje. Pero es un tuit de Donald Trump. En la exégesis de esta gravísima calumnia hallamos la estructura narrativa de la teoría de la conspiración. Dos preguntas intrigantes y un rumor sin fundamento. El que quiera entender que entienda. Con una muerte accidental provocada por un golpe en la cabeza tras un desmayo, como se explicó el incidente a la luz de los resultados de la autopsia, no hay misterio. Y sin misterio no hay conspiración. Y sin conspiración no hay distracción. Y sin distracción, finalmente, se habla de la gestión de la pandemia. La cantidad de páginas que tuvieron que publicarse para desmontar este disparate demuestra lo difícil que resulta a veces evitar esas distracciones.

Una declaración de esta naturaleza realizada por un cargo público debería dar como resultado una cascada de dimisiones con sus correspondientes condenas individuales y colectivas. Pero, por supuesto, nadie se ha movido de la foto. En Una advertencia, un libro escrito por un alto funcionario desencantado de la Administración Trump, se mencionan algunas de las insinuaciones más famosas del presidente, como la posible implicación del padre del senador Ted Cruz en el asesinato de Kennedy o los "miles y miles" de árabes que salieron a las calles de Nueva Jersey para celebrar la caída de las Torres Gemelas. El autor se detiene después a reflexionar sobre ello. "Nos preguntamos: ¿de verdad cree en esas conspiraciones? ¿Solo dice esas cosas para llamar la atención? No puedo meterme en su cabeza, pero mi intuición me dice que es un poco de las dos cosas. La gente seria de la Casa Blanca siente vergüenza ajena cuando lo oyen sacar a colación esos temas".

Este párrafo presenta un par de afirmaciones problemáticas. "Anónimo" confiesa que no está del todo seguro de si el presidente de su país desvaría o simplemente se inventa esas historias delirantes debido a un afán de protagonismo. Pero uno se pregunta entonces qué clase de "gente seria" permanece en un gobierno siendo consciente de que tiene que aceptar una de esas dos opciones. Sabemos que muchos votantes están dispuestos a tolerar la retórica xenófoba, la vulgaridad y todas las posverdades que hagan falta mientras los trenes lleguen a su hora. Lo grave es la cantidad de políticos y periodistas que han terminado por asumir las nuevas reglas del juego al colaborar en la promoción de esas ficciones, justificando la ignominia y blanqueando el discurso de odio. Ted Cruz, por ejemplo, víctima de una conspiración de Trump, ahora está ayudando a este último a propagar la nueva fantasía, el "Obamagate", una supuesta operación urdida por el expresidente demócrata para sabotear la presidencia de su sucesor.

Últimamente se habla mucho de regresar a la nueva normalidad después de que pase lo peor de la pandemia. Sin embargo, deberíamos preguntarnos también qué comportamientos hemos ido normalizando en estos últimos años, hasta el punto de que un presidente de los Estados Unidos puede insinuar sin pruebas que un periodista está implicado en la muerte de una persona sin que se produzcan repercusiones políticas. Quizás, para regresar a la normalidad, de paso, podríamos comenzar a desnormalizar lo normalizado.