La ortopedia y la moda en sus distintas facetas aportaron durante veinticinco años la mejor clientela al Méndez Núñez para comercializar sus demandados servicios. Las salas del hotel se convirtieron en improvisadas consultas para unos y escaparates ocasionales para otros, donde manos, pies, brazos y piernas, así como otros artefactos mecánicos, alternaron con telas, trajes, camisas, abrigos y sobreros.

De Pedro Prim a Jerónimo Farré, pasando por J. Aznar, Pedro Ramón, José A. Franco, Miguel Felipe Rodríguez y algunos otros ortopédicos de Madrid, Barcelona, Valladolid y Navarra, repitieron visitas todos los años para ofrecer sus bragueros exclusivos y personalizados, con la promesa de acabar con hernias y otras deformaciones, amén de enfermedades diversas como catarros, reumas, artritis y obesidades. Cada uno tenía su propia patente.

Y lo mismo ocurrió con las casas de modas, sombrereras, modistas y maestros de corte, con clases a domicilio. De Luís Oyarzum, de Baiona, a El Siglo, de Barcelona, pasando por New England, de Bilbao o La Gran Ciudad de Londres, de Valladolid; de la casa Al Bon Marché, de A Coruña, a La Villa de París, de Vigo, pasando por Nuestra Señora del Carmen, de Vilagarcía.