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Escambullado no abisal

Indios y zurdos

Soy republicano, galleguista, de izquierdas, vigués y celtista. Lo recito así, de carrerilla y abochornado por estos antecedentes penales. "Todos te queremos, Armando", me consuelo a mí mismo, como en una reunión de masocas anónimos. No quisiera ser todo eso, al menos no siempre y a la vez. Duele demasiado. Me levanto cada mañana con ánimo de contrición, pretendiendo convertirme en un ciudadano decente. Me empeño en llegar al mediodía siéndolo, con dios, patria, rey y Real Madrid. Pero me ducho y ya estoy otra vez pensando que los genes no deben determinar la jefatura del Estado o que Beauvue debía haber disparado. Quien sangró lo sabe.

He perdido durante toda mi vida. Mis vitrinas están vacías y mi ciudad no sale en los mapas del tiempo. Perdí en la reconversión industrial y en la fusión de las cajas. Perdí en el Calderón y en La Cartuja. Perdí en la Transición, por no retroceder a otras derrotas, desde que los irmandiños vasallos colgaban ahorcados de los carballos. Pierdo en cada niño que deja de nacer, en cada joven que emigra y en cada palabra que muere con un anciano. Ya perdía en los wésterns de mi infancia; siempre confiaba en que ganasen los indios. Aún imagino que sucede y galopo feliz junto a Caballo Loco.

"Hemos ganado, pero no sabemos quiénes", decía Pío Cabanillas cada vez que se cerraban las urnas. Tras cada elección sé que he perdido, aunque no sé quiénes en este minifundio de siglas. Me siento como los irlandeses, que celebran derrotas en su folclore; no por vicio, sino porque nunca han vencido en ninguna batalla. "Les gusta la poesía de la desgracia", escribió de ellos Heinrich Boll. Lograron la independencia a base de inmolarse, como en Pascua, y para matarse mejor entre ellos mismos. Por eso a los hijos de Breogán les atrajo aquel brillo esmeralda que divisaron desde su torre. Nos hermana el mar, el alcohol y la patata. También la proliferación de sotanas y el fracaso.

La izquierda ha perdido tanto que adora sus derrotas y se toma la revancha en su literatura y sus películas. Se ha inventado un mundo en el que gana, conjugado en futuro. Esa es la guerra cultural que ahora ha declarado la derecha, que en esta no vencerá ni convencerá. Su material se sustancia en hechos. El de la izquierda, en sueños; lo que pudo ser y nunca ha sido ni será, un arma tan ridícula como poderosa. La izquierda fue esa Comuna fusilada contra las tapias de Père Lachaise. No los despiadados bolcheviques con su ingeniería social, sino los ingenuos mencheviques y eseristas. La izquierda disfraza sus crímenes y la derecha los reivindica.

La izquierda pierde incluso cuando puntualmente vence, si es que no se traiciona. Un minuto de silencio por Quintana, que lo quisimos de vivos y acabó de muertos. Ahí están Iglesias y Sánchez, midiendo mal las formas y los tiempos en la derogación de la reforma laboral. Otros hechos de mayo, aunque sea de despacho y no de checa, de Nadia Calviño y no de Andreu Nin; ese eterno suicidio.

Oigo y leo, más allá de los errores que comete el Gobierno. Me cunde la sensación de lo impropio; de que a ciertas gentes se nos tolera porque decoramos el sistema pero a la contra, nunca al timón. Así se ha tratado a Podemos en general desde que se formó la coalición, como a intrusos o a indios. Así a Caballo Loco, asesinado a bayonetazos en un fuerte. Habiendo ganado en Little Big Horn, perdió la vida cuando ya había perdido su tierra. Indios y zurdos.

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