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El verano que no se ve

El verano está ahí al lado, pero no se acaba de ver. Hay quienes pasan 9 meses imaginándolo porque les parece el Cielo en la Tierra, el sentido de la vida, pero tiene pegas muy notables en la realidad. Para empezar, enseguida se pone caluroso y donde aprieta se desea que sea más fresquito y donde es fresquito se dice que no es verano. El verano térmicamente correcto no existe y ahora, con lo concienciados que estamos con los termómetros, menos aún.

El verano produce veraneantes, personas a los que los distintos lugareños del mundo detestan tener cerca de casa, como se vio durante la pandemia con los que escaparon de la peste a sus segundas residencias. Cuando los desplazados que produce el verano no se están quietos se llaman turistas y son tan odiosos que hasta los otros turistas los aborrecen porque son todos los que están delante en la cola del museo, interrumpen para siempre la armonía de los selfis, se han sentado antes en la mesa del restaurante, ocupan toda la terraza en la plaza hermosa ante el monumento o a la orilla del mar, cuando sopla la brisa.

En verano también proliferan los raros lugareños que hablan idiomas que no son el tuyo (que es el del sentido común), tienen los horarios trastocados y los precios desordenados, normalmente traducidos a caro. El verano se inventó para las frutas de hueso y los melones y, al pasar a la economía terciaria, se ha mantenido para que hotelería y hostelería puedan vivir del turismo, pero es la época del año en la que peor se duerme, aunque se tenga la conciencia tranquila. Tiene muchos inconvenientes.

(Uno de cada dos españoles da por perdidas sus vacaciones y no viajará este verano. Todos necesitamos vacaciones y la mitad, consuelo).

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