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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Barrio de Salamanca

Del mismo modo que la Reconquista la inició el mítico don Pelayo en una cueva de Asturias, la rebelión contra el rojerío que nos gobierna tiene su particular Covadonga: el madrileño barrio de Salamanca.

He podido ver estos días los vídeos publicados por la prensa o difundidos por las redes sociales con gente de parecido pelaje salida a la calle en ese barrio con banderas, cacerolas y algún palo de golf para protestar contra el confinamiento al que los tiene sometidos el Gobierno en sus pisos de lujo.

No pueden, al parece, acudir, ¡los pobres!, a sus gimnasios, a las canchas de tenis o de pádel ni a los campos de golf ni a tomar el aperitivo de la una en su bar favorito y se han convertido de pronto en nuevos "ciudadanos airados" como los que en EE UU reclaman, armas en mano, la libertad perdida.

Contaba el otro día en un artículo el magistrado Joaquim Bosch cómo durante nuestra Guerra Civil, la aviación franquista recibió la orden de no bombardear el barrio de Salamanca para que sus adinerados vecinos, entre ellos los que habían apoyado y financiado el golpe militar, pudieran volver a sus viviendas intactas una vez acabado el conflicto.

Recuerdo cómo, muerto ya el dictador, solían pasearse amenazantes por ese barrio, apodado zona nacional, los llamados guerrilleros de Cristo Rey, grupos de jóvenes y no tan jóvenes matones fascistas que frecuentaban algunas de sus cafeterías y se dedicaban a la caza y apaleamiento de estudiantes rojos.

Debo confesar que, incluso ya en democracia, me he sentido siempre incómodo en ese barrio de lujosas boutiques, portales espléndidos vigilados en todo momento por porteros uniformados que observan quién sube o baja en los ascensores de rejas de esos edificios que albergan viviendas millonarias, bufetes de abogados, asesorías fiscales o firmas de capital-riesgo.

Prefiero con mucho el barrio donde nací y nació también mi hermano Andrés, con las calles estrechas del que ahora llaman Barrio de las Letras, sus viejas tabernas, sus restaurantes de menú familiar, con su epicentro en la plaza de Santa Ana, donde jugábamos de pequeños.

El barrio de Salamanca, el barrio pijo por excelencia, es noticia últimamente en todos los medios nacionales e internacionales por esas manifestaciones contra el Gobierno de izquierdas, a cuyo presidente la ultraderecha califica de "asesino" y al que desde la derecha más pija se acusa de pretender "arruinar a España".

Protestas callejeras, banderas al viento, alentadas irresponsablemente por algunos dirigentes del Partido Popular, entre ellos la que ese partido exhibe cual nuevo icono, la presidente de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, cuya gazmoñería y supina ignorancia corren parejas con su capacidad para retorcer la verdad que la convierte en una versión castiza de Donald Trump.

Para completar el panorama, como en los mejores tiempos, vuelve a planear sobre el partido de todos los pelotazos urbanísticos la sombra de la corrupción: la presidenta madrileña ha conseguido por un alquiler ridículo dos suites de lujo de un hotel en los que vivir y trabajar durante el confinamiento. ¡Vengan caceroladas y banderas! ¡Y viva España!

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