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Ceferino de Blas.

Ganas de terrazas

Cuenta Pío Lino Cuiñas, el periodista más popular de Vigo del primer cuarto del pasado siglo, que el primer café moderno que existió en la ciudad fue "El Suizo".

Fue creado, dice textualmente, "por dos genios de la achicoria y el caracolillo -una variedad de café-, compatriotas de Guillermo Tell", que convirtieron a Vigo en una ciudad moderna, porque una de las características de la vida urbana contemporánea fueron los cafés.

En "El Suizo", cuya inauguración en 1875, en la calle del Príncipe, fue un acontecimiento -al que no asistieron mujeres-, se tocaba el piano, y Cuiñas y la juventud de su generación aprendieron a jugar al billar y al ajedrez.

"El Suizo" desapareció entrado el siglo XX porque se quedó desfasado, ya que empezó a ponerse de moda otra modalidad de locales, y apareció el furor de los salones de espectáculos, en los que había variedades, actuaciones musicales y proyección de películas mudas, que aún no se había inventado el cine sonoro. Las atracciones eran de gran calidad, como correspondía a una ciudad cosmopolita.

Los salones estaban concurridísimos. Cuando llega a Vigo la epidemia de la gripe, en septiembre de 1918, actuaban artistas de gran nivel. En el Odeón, la estrella fue el tenor lírico Baltasar Lara, que se anunciaba como artista del Teatro Real de Madrid y la Scala de Milán. Y en el Salón Pinacho, uno de los más populares de la ciudad, La Argentinita. Con veinte años era una figura emergente del cante, el baile y coreógrafa, que en los años de la República participará en los movimientos intelectuales madrileños, trabará amistad con Alberti y Lorca y será la novia del torero Ignacio Sánchez Mejías.

La Argentinita actuó desde el 27 de septiembre hasta el día 7 de octubre, en que se despide, porque al día siguiente era la fecha señalada por el alcalde para cerrar los cafés, teatros y salones, para confinar a la población.

Como ocurre ahora, preocupaba la economía y la cuestión social. Los dueños de esos establecimientos acudieron al regidor para pedirle que los dejase abiertos, puesto que más de un centenar de personas que trabajaban en ellos -artistas, ayudantes, camareros-, quedaban sin sustento. Entonces no existía Seguridad Social ni estado del bienestar, y los trabajadores se iban a la calle, pero el alcalde no cedió por defender la salud de la comunidad.

Estuvieron cerrados más de un mes, hasta que el 12 de noviembre pudieron abrir. También con restricciones. Debían desinfectarse entre sesión y sesión, esparcir una capa de serrín y barrer con una solución aséptica.

Desde el final del confinamiento volvieron a llenarse los salones. Comenzaron con las mismas ganas con las que salieron los vigueses el pasado lunes a bares y cafeterías, al iniciarse la fase 1.

Es incontrovertible que los locales de hostelería son el mejor ejemplo de convivencia urbana, y la prueba de que no se ha desmoronado el mundo de las relaciones, como pareció podía ocurrir durante los casi cincuenta días de confinamiento y cierre de todo el sector.

Las modas han cambiado desde los años en que los suntuosos cafés de mesas de mármol, y después los salones, eran los predilectos. Ahora los cafés y los bares son de estilo funcional y poseen terrazas y espacios que se habilitaron hace una década para los fumadores.

Las terrazas, como lugar de encuentro de vecinos y amigos con la buena climatología, han resistido al duro periodo de confinamiento, y han vuelto con cautelas a acoger a la gente.

Había muchas ganas de poder acomodarse en una, ya que en el interior de los locales aún no es posible, y disfrutar de lo que tanto gusta a los españoles, sin distinción de ciudad o provincia.

Es evidente que la imagen de los clientes sentados en las mesas, aunque sea con todas las cautelas, mascarilla y guantes incluidos, confirma mejor que ninguna otra que la normalidad ha empezado a instalarse. Nadie duda de que las cafeterías y los bares, y sus terrazas, son los espacios de convivencia donde más cómoda se encuentra la gente.

El problema radica en la distancia social y la restricción de ubicaciones que no permiten ocuparlas a cuantos lo desearían. Porque el virus no se ha ido y anda al acecho.

P.S. Eran tantas las ansias de encontrarse en las terrazas que la gente, cuando las recuperó, se puso a conversar, sin atender o consultar el móvil. ¿Será un indicio del cambio de actitudes?

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