En Targets (1968), de Peter Bogdanovich, un veterano de la guerra de Vietnam se pone a disparar desde las azoteas de los edificios. El francotirador elige a sus víctimas arbitrariamente; presiona el gatillo cuando alguien se pone a tiro y las personas caen desplomadas, en ocasiones de una manera espectacular, mientras caminan por la calle o conducen un automóvil. Bogdanovich emplea entonces una estrategia cinematográfica eficaz pero también muy inteligente: hace que el objetivo de la cámara se convierta en el objetivo de la escopeta. De ese modo, el espectador, observando a través de la mira telescópica, adopta la perspectiva del criminal.

La película, que en España se tituló El héroe anda suelto, se ha interpretado como una parábola sobre el control de armas que, por razones obvias y trágicas, hoy en día todavía mantiene su vigencia. Pero este largometraje también puede ser una crítica irónica a la complicidad del público. Las escenas, en realidad, no son sangrientas. Los asesinatos resultan impersonales, poco desagradables. La cámara se mueve de una víctima a otra fugazmente, evitando enfocar el posible sufrimiento de éstas, sin permitirnos reflexionar sobre las verdaderas consecuencias de los disparos. Ahora podríamos aplicar esta metáfora a los agitadores que se mueven por internet, en unas ocasiones mostrando su identidad y en otras ocultándose bajo un seudónimo.

Si las redes sociales muestran una gran polarización política, donde proliferan los insultos y las calumnias, es porque tanto los insultos como las calumnias se difunden también a través de esa tranquilizadora mira telescópica que reduce a las personas a simples objetivos, al despojarlas de esa humanidad que, en otras circunstancias presenciales, suele generar algo más de empatía y compasión, o, al menos, temor y respeto. No es lo mismo pedir que te sujeten el cubata desde un teclado que hacerlo en una barra. Convendría evitar el gesto en ambos escenarios, pero sabemos que en el segundo caso el conflicto no se puede solucionar bloqueando a unos cuantos seguidores.

David Brooks escribió esta semana en The New York Times que Estados Unidos no está tan dividido como parece reflejar el mundo virtual, porque el mundo virtual es el lugar al que acuden los sectarios para ser sectarios. Según el columnista, en la vida real tal división no existe; algunos estudios demoscópicos recientes no solo revelan una insólita unidad nacional ("menos divididos que antes de la pandemia"), sino que también destacan la responsabilidad cívica, el sentido común y la solidaridad de los ciudadanos.

Deberíamos tener en cuenta, sin embargo, cómo se proporcionan las respuestas en esas encuestas, pues a veces uno tiende a presentar la versión más civilizada de sí mismo escondiendo ciertas inclinaciones ideológicas (el llamado "voto oculto") cuando estas últimas no gozan de buena prensa. Digamos que a los sectarios les cuesta reconocer su sectarismo. En el mundo virtual, la rabia se descarga con más impunidad desde una lejana perspectiva, similar a la que el apuesto francotirador concedía a los espectadores en la película de Bogdanovich. Pero, a veces, de ahí surgen otras víctimas, cuyas heridas no se borran con un rápido movimiento de cámara.