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Francisco García.

Aunque la escuela se vista de seda

Una amable burla irónica sobre el nuevo lenguaje pedagógico

Son seis minutos para partirse de risa, créanme. Una amable burla irónica sobre esos modos de hablar neopedagógicos que consisten en decir lo mismo de siempre en el ámbito escolar, pero de forma más enrevesada. Muy útil para estos tiempos en que tanto se discute la vuelta a las aulas, la función del maestro, su presencia física o su teleausencia, el cara a cara o la virtualidad pantallil. Hablo de uno de los episodios ("Manuela vuelve a la escuela") de la serie digital "Olé", firmada por la creadora suiza Claude-Inga Barbey. Manuela es una "femme de ménage": una limpiadora -si aún se permite decirlo así- o una miembra del personal de limpieza -si ya no-. Ella misma acabará por definirse como agente de limpieza o técnica de superficie, contagiada por la neoverborrea de una infeliz maestra que le enseña la escuela en el primer día de su curro en la misma.

Las dos mujeres conversan en un antevestíbulo (cortesía de Milio R. Cueto) que ahora se llama "zona estanca de seguridad": "Hay un cajetín afuera con un código de 10 cifras, que cambia cada semana. Luego, hay un segundo cajetín para abrir la segunda puerta", especifica la maestra. Están muy altos, inalcanzables para un niño que pretendiese jugar con ellos. ¿Podría quedarse bloqueados en el cole si hubiera un incendio? Claro, pero no pasaría nada: en realidad, hay demasiados alumnos y "faltan brazos para la agricultura", bromea medio llorando la profe. Pasan las dos al "espacio de transición emocional": el vestuario de antes. Allí aprenden los alumnos a "gestionar el momento de separación con el referente paterno" y también el alegre reencuentro entre ellos: con un pequeño protocolo, por supuesto. No hay separación entre chicas y chicos mientras se cambian, pues "nos esforzamos en no diferenciar por género". El aula ya no se llama aula: Espacio de aprendizaje pedagógico. Ahí están los HP, allí los TDAH, aquí los disléxicos, los dismórficos, los disortográficos..., va señalando nuestra mujer mientras empina un traguito de la petaca que guarda en el bolso. En su ingenuidad, Manuela pregunta si hay un espacio para los niños "normales, por decirlo así". Niega la maestra: eso ya no existe, no queda ninguno, "y si los hubiera no sabríamos qué hacer con ellos. Antes, se podía decir que un niño era maleducado o aburrido: hoy debe decirse que tiene un potencial alto".

¿Pupitres? Soportes de aprendizaje individuales que permiten intercambios interactivos descompartimentados entre los alumnos. ¿Bancos? Espacios de confinamiento compartido. ¿Lápices? Utensilios de escritura. ¿Gomas? Bloques mucilaginosos. ¿Papeles? Soportes gráficos vegetalizados ¿Dictados? Vigilancias ortográficas. (Aquí se le pinta un lagrimón a la profe). ¿Debe Manuela limpiar los cristales?: la buena mujer le responde que de ninguna manera, pues las nuevas directrices piden no fijar la vista sobre el alumnado. Así que ella mira por la ventana y con unos cristales sucios evita "estar distraída por los pája... por la actividad de los vertebrados bípedos alados", se corrige de inmediato. ¿El comedor? Espacio dietético dedicado a la educación nutricional. Y se toma un ansiolítico mientras enumera los menús: Uno para los vegetarianos, otro para los vegetalianos, otro para los veganos, otro para los alérgicos al gluten, otros a la lactosa..." ¿Y los que no tienen nada? "Esos no comen. Además, comer está muy mal visto". A la maestra le produce un poco de angustia llevar a Manuela al cuarto de los contenedores, porque hay nada menos que setenta y ocho: para basura, papel, polietileno tereftalato, lana... ¿Excursiones? Salidas en cohesión del curso escolar. Y se va deprisa y atribulada nuestra docente: a una reunión con la dirección de tensiones y recursos; después, a un seminario sobre la escuela inclusiva; luego, a otro de formación continua...

Ríanse, pues, a gusto amargo. Aunque la escuela se vista de seda, escuela se queda. Ojalá la peste coronavírica se lleve consigo al partir este chauchau terminológico que solo es pedagógicamente ineficaz, sociológicamente discriminatorio, comunicativamente absurdo y finalmente engañabobos.

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