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La urgencia por salir

Vuelven a mandar los números de siempre

Bastó disfrutar de nuevo del aire de la calle para que se disiparan todas las beatíficas intenciones acumuladas durante el tiempo en que no se veía la salida. El buenismo confinado suplió a las invocaciones a Santa Bárbara en plena tormenta con aparato eléctrico, para esfumarse después al paso ligero de los mejores propósitos de comienzo de año. En este breve tránsito entre la engañosa voluntad de cambio y el retorno a las andadas se tambalean incluso los consensos elementales gestados bajo la presión del miedo. En la medida en que lo que está ahora en riesgo es el negocio, para algunos todo vuelve a ser negociable. Sobrevivir no consiste ya solo en superar la enfermedad. Con su progresivo descenso, los muertos van pasando a un segundo plano y, más allá de los cercanos, su memoria se reduce a esa pantomima del luto oficial. Los números que ahora inquietan vuelven a ser los de siempre, los de la caja registradora.

Hay sectores cuya continuidad depende del flujo continuo de los ingresos diarios y empujan para precipitar la desescalada. En algunos casos, como la hostelería, su peso en el PIB, más del 6%, contrasta con su desestructuración, con su proclividad a jugar en la economía sumergida, a eludir la normativa laboral e incluso, demasiadas veces, la sanitaria.

Esa es la presión que guía ahora cierta acción política y que, como en Madrid, queda al descubierto con alarmante torpeza. La falsa seguridad de las mascarillas regaladas, toda una innovación de la demagogia, genera escasa confianza frente a un sistema sanitario todavía no recuperado del brutal embate de la pandemia.

La amenaza del rebrote alcanza a países que tenemos por modélicos en su reacción ante el virus. En Corea del Sur, los bares de Seúl vuelven a cerrar. Alemania tendrá que corregir esta semana algunas medidas de alivio al repuntar el índice de contagios. Sirven de advertencia ante la presión por convertir esta salida en un encierro sanferminero, con los morlacos llevándose por delante a los menos preparados, los más resacosos o simplemente los de peor fortuna.

Desde nuestro supremacismo como especie seguimos sin asumir que la vida siempre nos sorprende, a veces incluso en sus formas más elementales.

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