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Del Hospicio al Hogar

Luís Rocafort fue el impulsor de un nuevo modelo educativo que cambió radicalmente la beneficencia provincial durante los años 50

A mediados del siglo XX, la profunda transmutación del Hospicio y la Inclusa, en el Hogar Provincial y la Casa Cuna, necesitó toda una década para adquirir carta de naturaleza. El reto no era para menos porque se trataba de salir de un verdadero infierno donde purgaban sus penas los pobres internos, que no tenían culpa ninguna de su funesto destino.

Aquel proceso singular no fue solo un viraje del rumbo en una beneficencia provincial abandonada a su suerte, sobre todo desde la Guerra Civil, sino que el giro aplicado tuvo una proyección aún mayor. La Diputación de Pontevedra implantó un nuevo modelo educativo que marcó un antes y un después, cerrando una etapa tétrica y abriendo un período esperanzador. En definitiva, lo que va de la noche al día.

Para tamaña labor resultó providencial el nombramiento de Luís Rocafort Martínez al frente del organismo provincial en septiembre de 1951. Él fue el piloto del cambio desde el minuto cero.

Hasta entonces Rocafort había sido diputado-delegado de la Inclusa, así como delegado provincial de Auxilio Social. Por tanto, estaba doblemente motivado para sacar a aquellos niños de la miseria y el sufrimiento que pesaban sobre sus tristes vidas.

Lo primero que hizo Rocafort fue recabar la asesoría de la Inspectoría Salesiana de Santiago el Mayor, de Madrid. Este centro ejercía como cuartel general de la congregación religiosa, desde donde supervisaba su actividad educativa. Luego trasladó sus pautas a la Comisión de Beneficencia para levantar los cimientos del Hogar Provincial y la Casa Cuna.

A partir de entonces, las enseñanzas teóricas se guiaron en todo momento por los textos de los salesianos. Sus libros marcaron el aprendizaje de los chavales, con unos resultados muy positivos.

Al frente de la Comisión de Beneficencia estaba Pablo Elorriaga Senlle, ex alcalde de Caldas y médico de profesión, igualmente sensibilizado con el proyecto reformador. No obstante, Rocafort depositó su confianza en Ernesto Viéitez Cortizo como diputado-delegado de ambos centros y, sobre todo, en José Covelo Neira como administrador provisional y luego definitivo, tras obtener en 1958 la plaza convocada a su medida por el buen trabajo realizado.

Covelo se curtió como oficial administrativo en el Hospital y luego lo fue todo en el Hogar Provincial hasta confluir en la Ciudad Infantil Príncipe Felipe.

Ni un solo niño o niña sin el aprendizaje de un oficio para valerse por sí mismos. En suma, una buena formación educativa y profesional constituyó el objetivo primordial, tan simple como provechoso y apropiado, que concitó anhelos y desvelos de la ardua tarea emprendida.

A las clases teóricas de la educación primaria y el bachillerato elemental, unieron las enseñanzas prácticas con rotaciones en los distintos talleres para descubrir las aptitudes y las inclinaciones de unos y otros a edades tempranas. Mientras los mayores trabajaban, los pequeños observaban, tomaban apuntes y se familiarizaban con las distintas ocupaciones.

Aquello era lo mejor que podían hacer por todos los internos, de cara a su mayoría de edad y la consiguiente salida al exterior. Y para quienes demostraban unas dotes especiales, la Diputación puso a su disposición unas becas para estudios universitarios. Un médico y un abogado fueron sus primeros titulados superiores, que llenaron de orgullo a la institución provincial.

La metamorfosis de los edificios comenzó por una reforma y ampliación de la Casa Hospicio, que estableció zonas independientes para niñas y niños. También contó con un salón de actos, juegos y fiestas, y un envidiado frontón donde la OJE celebró sus campeonatos locales. La mejora emprendida continuó por la construcción de los pabellones para albergar los distintos talleres. Y por último llegó la nueva Casa Cuna, con unas modernísimas y confortables instalaciones, una década más tarde.

En cuanto a los oficios para chicos, la imprenta montada en 1953 se convirtió en una auténtica escuela de artes gráficas. Allí se imprimieron el Boletín Oficial de la Provincia y otros trabajos para la propia Diputación; pero también se atendieron encargos externos.

Miguel Beato Pedrosas fue su primer regente y artífice en buena medida del pequeño milagro, junto al maquinista Manuel Barreiro Blanco y al oficial cajista, Isidro Lago Quinteiro. Este último sustituyó a Beato tras su fallecimiento y marcó una época. Allí se formaron buenos profesionales que luego trabajaron en distintas imprentas e incluso montaron algunas propias.

No menos importantes fueron los talleres de electricidad y radio, así como de mecánica, ambos convenientemente dotados de un aparataje muy moderno, a cuyo frente estuvieron Rafael Vázquez Fernández y Enrique Alfonsín Costas, respectivamente.

Otros talleres impartieron carpintería, zapatería para uso propio y peluquería. Y un obrador de panadería cubrió diariamente a buen precio las necesidades de centros benéficos en toda la provincia.

Unos telares para hacer alfombras resultaron para las chicas el equivalente a las artes gráficas para los chicos. De aquellas instalaciones salieron magníficas piezas para instituciones y particulares, empezando por la propia Diputación. Y luego llegaron las secciones de corte y confección, bordados y tejidos de punto, con su maquinaria correspondiente.

Las chicas igualmente dispusieron de otras opciones englobadas en enseñanzas del hogar como cocina y repostería. Unas y otras, alternativas válidas al empleo como criadas, que fue mucho tiempo su destino único.

Artes gráficas, panadería y alfombras, fueron los talleres económicamente más rentables. Los ingresos aportados crecieron de forma exponencial, puesto que de 250.000 pesetas en 1954, saltaron a 2.000.000 pesetas en 1959. Esas ganancias permitieron abonar a los chavales unos sueldos no excesivos, pero si suficientes para disponer de algunos ahorros para el día de mañana. Covelo dijo que algunos reunieron entre 15.000 y 20.000 pesetas al cumplir su mayoría de edad.

Tras la marcha de Luís Rocafort en 1958, no hubo marcha atrás en la política de beneficencia de la Diputación. De ella surgió el germen de la Ciudad Infantil Príncipe Felipe.

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