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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El arte de hacer dinero

Veo en la noche del domingo la entrevista que el periodista catalán Jordi Évole le hizo al empresario también catalán Sandro Rosell. El señor Rosell estuvo 643 días en prisión provisional bajo sospecha de estar implicado, entre otras cosas. en el cobro de comisiones ilegales. Nada de eso pudo ser probado y ahora el encarcelado sin aparente fundamento ha escrito un libro contando su experiencia al tiempo que se pregunta cuál puede haber sido la "mano negra" que movió los hilos de la red en que acabó enredado.

Porque el señor Rosell no solo no duda de que ha sido víctima de una conspiración, sino de que el factor desencadenante de la misma fue la circunstancia de ser, por entonces, presidente del FC Barcelona y responsable máximo del fichaje del brasileño Neymar en competencia con otros clubes que también lo pretendían. La entrevista no aclaró quiénes dirigieron la conspiración, aunque el periodista deslizó maliciosamente algunos nombres (entre ellos, el de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, y el de Jaume Roures, empresario del sector mediático) por si Rosell entraba al trapo. Que no lo hizo, por supuesto, aunque de su gestualidad podría deducirse que dejaba abierto en el aire algo más que un interrogante.

Desde la lejanía provinciana llama poderosamente la atención la reiteración en el reconocimiento de que el Barça es en Cataluña ' algo mes que un club'. Una expresión que en la dictadura franquista aludía a la dimensión sentimental del catalanismo político permisible. Bien creímos que con la llegada de Tarradellas, el Barça reconduciría el ámbito de su representatividad hacia lo estrictamente futbolístico, pero el caso Rosell nos recuerda que la presidencia del club azulgrana está todavía por encima, en importancia política, que la presidencia de la Generalitat. Y que para alcanzar ese puesto de privilegio, o para descabalgar de él a quien lo ocupa en un momento determinado, vale cualquier clase de maniobra, a la vista o en la sombra, por lo legal o lo ilegal, contando incluso con la complicidad de altas instancias judiciales o financieras.

Al margen de lo ya escrito, las declaraciones de Rosell a Évole tienen el interés de ofrecernos un retrato bastante acabado sobre la forma de ser y de comportarse de un genuino representante de la moderna clase empresarial catalana. Una clase orgullosa de su capacidad de intermediar internacionalmente con un amplio margen de beneficio y unas generosas comisiones. Algunas tan generosas que acabaron despertando las sospechas de las autoridades judiciales por si desbordaban los márgenes de la legalidad fiscal. En opinión de Rosell, la única forma de probar la valía de una persona reside en su capacidad para hacer dinero. Y según le confesó a Évole le escandaliza la pelea que se da entre los políticos para exhibir unos patrimonios y unas cuentas corrientes abolutamente ridículas al cabo de varios años de representar a la ciudadanía en diversos cargos. "¿Cómo podemos confiar la gestión de nuestros intereses -vino a decir- a aquellos que nos presentan un resultado tan pobre?". De acuerdo con esa peculiar vara de medir, el político que en varios años de servicio público no ha sido capaz de forrarse es un perfecto imbécil.

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