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De vuelta y media

El doctor Domínguez, un señor presidente

Del Colegio Médico al Pontevedra CF, fue la personalidad que encabezó más veces entidades sanitarias y deportivas de esta ciudad con notable acierto

Miguel Domínguez Rodríguez resultó un presidente por antonomasia en la intrahistoria de Pontevedra; o sea la persona que más veces encabezó instituciones y organismos de esta ciudad, no solo sanitarias. Pero casi nunca se salió de sus ámbitos más queridos: la medicina y el deporte.

Academia Médico-Quirúrgica, Imecosa, Colegio Médico, Sociedad de Cirugía de Galicia, Sociedad Gallega de Ortopedia y Traumatología, por una parte y por otro lado, Pontevedra CF, Club de Tenis, Club Náutico de Sanxenxo, e incluso el consejo de administración de Diario de Pontevedra?.

Estas entidades y alguna más presidió el doctor Domínguez, que sacó tiempo para todo: trabajo, ocio y familia. Además, dirigió su propio sanatorio y el servicio de Traumatología y Ortopedia del Hospital Montecelo.

El secreto de tal ascendencia estuvo quizá en que sumó competencia profesional y relevancia social. Ambas cosas en grado sumo. De cualquier forma, no habría que pasar por alto que también fue monaguillo antes que fraile. Todas esas presidencias no le tocaron en ninguna tómbola, ni le vinieron dadas por una distinción y elegancia naturales, con su inseparable pajarita al cuello. En la mayoría de los casos, pasó por un aprendizaje previo.

La Academia Médico-Quirúrgica surgió de improviso en la tertulia que los médicos tenían en el bar Savoy, bajo la atenta mirada de Paquito, el camarero simpar que aprovechaba cualquier ocasión para meter baza. Crescencio González, Juan José Barbolla, Miguel Domínguez y algunos colegas más, compartían sobremesa todos los días y hablaban mucho de sus aficiones y poco de sus especialidades. La medicina estaba casi prohibida.

Sin embargo, allí nació aquella entidad científica en 1957, cuya gran historia ya ocupó aquí una crónica muy anterior. Ahora solo interesa reseñar que Crescencio González García fue su primer presidente; toda una leyenda en la medicina humanista local que confortaba al enfermo con su sola presencia. La clase médica pontevedresa jamás discutió su autoridad moral. Y Domínguez se convirtió en su digno sucesor, tanto en la Academia Médico-Quirúrgica primero, y más tarde en el Colegio Médico.

Domínguez desempeñó la secretaría de la institución en su primera directiva, y solo accedió a la presidencia cuando Crescencio se echó a un lado para impulsar el Igualatorio Médico Colegial (Imecosa) en 1959. Posteriormente, Domínguez también ocupó la presidencia de este seguro sanitario. Tal parece como si uno hubiera nacido para suceder al otro.

Todavía más trabajada fue la presidencia del Pontevedra CF en 1960, que dio a Domínguez el mayor brillo de todas las presidencias, tras el ascenso a Primera División. Pero Domínguez estuvo a las duras y bien duras, formando parte de su directiva en los cinco años precedentes; un detalle nada baladí que pasó por alto el libro de la historia del club. Antes de ponerse al frente, fue vicepresidente 2º con Antonio Puig en 1955, vicepresidente 1º con Clemente Carrascal en 1956 y vicepresidente 4º con Ángel Agrasar en 1958.

Bien conocida resulta la anécdota de que Domínguez no asistió a la asamblea del Mercantil donde el presidente saliente, Agrasar Vidal, propuso su nombre como sustituto. Hubo que ir a buscarlo y llevarlo en volandas para su proclamación. Pero aquel nombramiento no resultó un privilegio sino un embolado de padre y señor mío, porque tuvo que afrontar el endiablado problema del campo de fútbol, que no reunía las condiciones exigidas.

El alcalde Filgueira Valverde tuvo el acierto de negociar la adquisición de Pasaron con Paz Andrade en unas condiciones muy ventajosas para el Ayuntamiento, al parecer con una mediación impagable de Iglesias Vilarelle, un forofo de tomo y lomo. Entonces fue cuando empresarios y comerciantes locales con Domínguez al frente, avalaron un préstamo de la Caja de Ahorros de Pontevedra para financiar las obras de urbanización del nuevo campo.

Filgueira y Domínguez firmaron un pacto de caballeros que cumplieron en todos sus términos. El Ayuntamiento devolvió al club hasta la última peseta invertida en acondicionar Pasarón.

Como consecuencia de aquel buen entendimiento entre ambos y con Domínguez en la cota más alta de su popularidad social por el ascenso del equipo granate a la División de Honor, mordió la manzana de la política que quizá Filgueira puso sobre su mano.

A principios de 1964, Domínguez resultó elegido concejal del Ayuntamiento por el tercio de cabezas de familia, dentro de una renovada corporación. El alcalde depositó muchas esperanzas en los nuevos ediles para sacar adelante sus innumerables proyectos. Sin embargo, Domínguez no tardó en percatarse del error cometido.

Los plenos municipales de aquel tiempo eran cualquier cosa menos una balsa de aceite. Algunos temas suscitaban auténticas batallas con fuego cruzado sin control. De forma que Domínguez provocó su destitución en cuanto pudo, alegando exceso de trabajo. No cabían dimisiones ni ceses motu propio. Pero bastaba con dejar de acudir a seis sesiones plenarias para perder tal condición. Y eso hizo sin un mal gesto o una queja destemplada.

Aquellos años produjeron ciertos sinsabores al doctor Domínguez fuera de su hábitat natural -la medicina y el deporte- porque también presidió desde 1964 el consejo de administración de Diario de Pontevedra, donde invirtió dinero con escasa fortuna. Ni siquiera el fichaje de Luís Losada Espinosa como nuevo director sirvió para enderezar un barco que naufragó irremediablemente y terminó con el cierre temporal del periódico a mediados de 1967.

El tenis constituyó su otra gran pasión deportiva y aquí brilló de nuevo a gran altura. Primero abrió las pistas de su chalé en Areas a todos los practicantes y organizó unos memorables torneos veraniegos que hicieron mucha afición. Hasta el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, practicó allí cuando estuvo de vacaciones en A Lanzada.

Después llegó la constitución del Club de Tenis de Pontevedra en A Caeira. Domínguez estuvo al frente de la comisión gestora y cuando el anhelado proyecto se plasmó en una estupenda realidad, pasó a convertirse en su primer presidente. Allí realizó otra labor encomiable.

Miguel Domínguez Rodríguez nunca fue un presidente relumbrón ni acomodaticio, y desempeñó esa función con mucha dignidad y notable acierto en todas o casi todas las instituciones y los organismos que tuvieron la suerte de contar con su generoso concurso. De unos cuantos no podría decirse lo mismo. Él siempre fue un señor, un señor presidente.

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