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Escambullado no abisal

De fantasmas

He empezado a copiarme a mí mismo, que es el peor plagio de todos. Me he enrocado en verbos que al principio de la cuarentena me sonaban apropiados, repito frases completas cuya originalidad se vicia y estoy desgastando conceptos supuestamente inabarcables, como los astronómicos, de tanto mencionarlos. En realidad solo he escrito un mismo artículo de treinta formas diferentes. Estos son días tan extraordinarios que todos nos resultan iguales; lo he dicho ya incluso cuando me he contradicho.

Aunque tras las ventanas florece con furia la primavera, la marmota Phil insiste en que todavía es invierno y será largo. Oigo a Sonny y Cher cantando "I got you, babe". Estamos componiendo cada jornada con pequeñas porciones de vida, las mismas y casi en su mismo exacto orden: cuándo despertarse y dormir, las comidas, los ratos comunes y de soledad, el reparto de las tareas y los dispositivos. Todo se condensa en las escasas horas y en los escasos metros cuadrados en los que habitamos. El simple zumbido de una mosca retumba como un huracán en esa rutina.

Nos hemos transformado en fantasmas de nuestros pisos. Deambulamos por los pasillos como por húmedas mazmorras, en un bucle infinito. "¿Qué es un fantasma?", se pregunta Federico Luppi en El espinazo del diablo: "Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor, quizá. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa; como un insecto atrapado en ámbar". ¿Qué es el estado de alarma si no exactamente esto?

Los fantasmas son ecos o recuerdos ensimismados, de los que nada hay que temer porque no les interesamos en absoluto. Obedecen al guion preciso de la angustia que los retiene. Un fantasma es un alma en ERTE y sé de lo que hablo. Ni termina ni prosigue, ni se pudre ni sana. Se mantiene a la espera de que su destino se decante igual que un ser anfibio que ignora a qué realidad pertenece, pues se asfixia o se seca, respira o nada.

Feijóo es el fantasma de San Caetano. Los otros políticos, opuestos y correligionarios, actúan sobre un escenario cambiante y aciertan o se equivocan en sus decisiones. Él espera y calcula; al borde de las elecciones que la cuarentena ha paralizado, entre el presidente de la Xunta que se postula para seguir siendo y el presidente del PP o del Gobierno que anhela ser algún día, ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario.

Feijóo ha heredado de Rajoy el tancredismo, esa suerte del toreo que consiste en engañar al toro quedándose quieto sobre un pedestal, impermeable al pánico y la sangre. Los fantasmas, pese a lo que se suele pensar, no tienen la piel gélida, sino tibia. Feijóo critica a Sánchez cada vez que advierte que no toca criticar. Y acepta aplicar las medidas que dictan en Madrid avisando de que él habría concebido otras mejores, de forma que pueda participar de sus beneficios y protegerse de sus estropicios, manejando las competencias a su antojo en el relato. El fantasma, que es una conjunción adversativa, calla para manifestarse a través de sus médiums. Feijóo también se plagia a sí mismo, pero sin desgastarse. Federico Luppi lo recita.

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