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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Chomsky llama "bufón sociópata" a Trump

Pocos intelectuales hay en EE UU de la categoría de Noam Chomsky, a quien mientras trabajé de corresponsal en la capital de aquel país tuve la suerte de entrevistar en varias ocasiones para que pusiera el contrapunto crítico a la propaganda que salía diariamente de la Casa Blanca.

Cerca ya de cumplir el siglo de vida, Chomsky, que escribió siendo todavía adolescente un ensayo sobre la Guerra Civil española y el peligro fascista -el futuro lingüista ya apuntaba maneras- ha dado en varias entrevistas a la prensa extranjera su opinión sobre lo que ha conducido a la desastrosa respuesta del Gobierno de su país a la pandemia del coronavirus.

Es una pandemia que habría podido prevenirse, al menos en parte, de no haber primado los intereses económicos de la gran industria farmacéutica sobre el derecho a la salud, que el país más rico del planeta no reconoce como tal.

Hace tiempo en efecto que los científicos veía como probable el estallido de una nueva pandemia similar a la del SARS de hace quince años, y los gobiernos de todo el mundo, no solo el de EE UU, podían haber aprovechado el tiempo trabajando en el desarrollo de estrategias para hacerle frente en cuanto surgiera. Pero no lo hicieron.

En octubre de 2019, recuerda Chomsky, hubo en EE UU un gran simulacro de respuesta a una eventual pandemia bautizado "Event 201", que fue auspiciado por el centro Johns Hopkins, la fundación de Bill y Belinda Gates y el Foro Económico Mundial.

Pero todo quedó en eso: un simulacro. Si no ocurrió luego nada es por culpa de lo que Chomsky llama "las tiranías privadas que son las grandes corporaciones", en el caso que nos ocupa, los grandes laboratorios, que solo velan por sus intereses económicos inmediatos y no tienen en ningún caso que responder ante los ciudadanos.

Esos laboratorios han estado siempre más interesados en desarrollar lociones corporales que en investigar vacunas para hacer frente a una eventual epidemia porque lo primero resulta de mucho más valor para sus accionistas, que es de lo que se trata.

Chomsky compara lo que ahora sucede con lo ocurrido en los años cincuenta cuando se logró erradicar la poliomielitis gracias a la vacuna desarrollada gracias a los fondos públicos por el virólogo Jonas Salk, quien se negó a patentarla para que estuviese a disposición de todo el mundo.

En la antítesis de aquel espíritu de generosidad y servicio público, desde que llegó, para desgracia del mundo, a la Casa Blanca, Donald Trump no ha hecho otra cosa que beneficiar a sus amigos ricos, eliminando todo tipo de restricciones a las industrias más contaminantes mientras retiraba fondos a los organismos públicos, entre ellos el Centro para el Control de Enfermedades.

En su sadismo sin parangón, ese "bufón sociópata", como le califica Chomsky, se empeña además en imponer sanciones devastadoras a los países cuyos regímenes desaprueba -por ejemplo, el iraní- sin que le importen las consecuencias para sus poblaciones.

Sanciones a las que las empresas de otros países deben además adherirse si no quieren verse expulsadas del sistema financiero internacional, controlado por EE UU.

Trump ha dado esta semana una prueba más de su imbecilidad, su desprecio de la ciencia y su insufrible cinismo al pedir a los expertos que estudiasen si la inyección o la ingesta de desinfectantes serían eficaces contra el coronavirus para, un día más tarde, desdecirse y acusar a los medios de haberse tomado en serio lo que era solo una sugerencia sarcástica frente a la prensa "mentirosa".

Que un personaje así pueda haber llegado al puesto más poderoso del planeta dice mucho del deterioro de la democracia en EE UU y lo equivocado de la estrategia del Partido Demócrata, que, siguiendo una lógica de Guerra Fría, centró su intento de "impeachment" (destitución) en una supuesta injerencia rusa en las elecciones norteamericanas y no en los flagrantes abusos de poder de Trump desde el mismo momento en que puso el pie en la Casa Blanca.

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