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El timo de Stradivarius

Sieira y Chanón testimoniaron su ejecución en Pontevedra, pero ofrecieron versiones diferentes sobre el escenario, entre el bar Fino Palique y la librería Luís Martínez

El timo del Stradivarius aconteció por primera vez en España a principios del siglo XX en una confitería madrileña de la calle Carretas y tuvo bastante resonancia en la prensa de la época por su impecable ejecución. A partir de entonces y cada cierto tiempo, el mismo engaño se repitió en distintas ciudades, con variaciones muy pequeñas. Así llegó a convertirse en todo un clásico de la picaresca, casi a la altura del tocomocho o la estampita.

Pronto llegó a Galicia el timo del violín, que no tenía que ser un Stradivarius, aunque si un valioso ejemplar. Jaime Solá contó en Vida Gallega una realización exitosa en una pastelería coruñesa, a cargo de una pareja de cierta edad a finales de los años 20. Y poco tiempo después, la prensa de Santiago recogió la detención de dos reputados carteristas con las manos en la masa; es decir, cuando Adolfo Lorenzo "el Adolfito" y Antonio Vidal, estaban a punto de embaucar a un campesino obnubilado por su flagrante avaricia.

A mediados del siglo pasado, parece seguro que el timo del Stradivarius también se consumó en esta ciudad. Pero la transmisión oral del peculiar suceso sufrió algunas alteraciones sobre el posible escenario.

Cualquier se atreve a certificar hoy la veracidad de la historia de Gonzalo Lorenzo Magdalena, el inefable "Chanón"; o de la narración de José Luís Fernández Sieira, otro bromista muy dado a teatralizar sus relatos. De uno y otro escuché por separado dos versiones pocos meses antes de sus respectivos fallecimientos. Aparentemente, ofrece más credibilidad la narración del primero que del segundo, sobre todo por el lugar señalado: el Fino Palique, un histórico bar de mala muerte en la calle Tetuán, frente al escenario alternativo de la reputada librería Luís Martínez en la calle de la Oliva.

"Chanón" apuntó directamente al propietario del bar como víctima de la estafa y describió así su ejecución:

Un forastero de aspecto bonachón entró al mediodía en el Fino Palique, tomó un vino y preguntó al dueño si podía guardarle hasta la tarde su violín mientras realizaba algunas gestiones, para no llevarlo consigo a todas partes. Éste accedió con amabilidad y aquel le contó que iba a venderlo a un anticuario en Vigo al día siguiente por 5.000 pesetas, dado que se trataba de una marca muy cotizada. Por tal motivo, le rogó el máximo cuidado.

Pasado un rato, llegó un caballero de buen ver, que entabló conversación con el propietario. Como por casualidad fijó su vista en el estuche que estaba al fondo del mostrador y preguntó si podía ver el instrumento, puesto que era un gran aficionado a la música clásica. Y cuando tuvo el violín en sus manos, puso cara de asombro, lo observó de un lado y de otro, y preguntó si estaba en venta.

"! Yo pagaría 10.000 pesetas por esta maravilla!", exclamó con rotundidad. El hostelero vio el cielo abierto para realizar el negocio de su vida. Ni corto ni perezoso simuló su propiedad y dijo que debía consultar a su mujer, dado que era una herencia familiar. En consecuencia, rogó al caballero que volviese por allí a última hora del día. Y cuando el propietario regresó por la tarde a recoger su instrumento, el dueño del Fino Palique le invitó a una copa y le hizo la proposición deshonesta con su mejor sonrisa:

"Resulta que una ahijada mía que estudia música estuvo aquí, vio su violín y quedó entusiasmada. Como pronto va a cumplir su mayoría de edad, he consultado a mi mujer y nos gustaría regalárselo puesto que para nosotros es como una hija. Yo le pago ahora mismo las 5.000 pesetas que iban a darle mañana en Vigo y se ahorra usted el desplazamiento."

El forastero se hizo un poco el remolón, pero finalmente aceptó la propuesta tras una segunda copa por cuenta de la casa. Y el lector ya imagina el final de la historia: el caballero de buen ver no se presentó por la noche, ni al día siguiente, ni el otro. El dueño del Fino Palique se quedó con un violín sin ningún valor ante el regocijo de su clientela, que luego no se cansó de preguntarle por el origen del instrumento, sabedora del fiasco sufrido.

El timo del Stradivarius en versión de Sieira fue muy parecido en su ejecución, aunque contado de forma más teatral. Solamente cambió el escenario de la historia por la sección de instrumentos musicales de la librería Luís Martínez Gendra, pero no identificó al empleado avaricioso.

En este caso, la víctima que no era tal llegó con su violín desde la Central de Autobuses de la plaza de san José, y dejó instrumento en el comercio con la excusa de acudir a una consulta médica. Tras la entrada en escena del gancho, el engaño se consumó de forma casi idéntica.

Y todavía hubo en Pontevedra una tercera versión del célebre timo, en este caso no verbal, sino escrita por la incisiva pluma de Emilio Álvarez Negreira, integrante de un terceto de lujo con Sabino Torres y Manolo Cuña en sus quehaceres periodísticos, literarios y tertulianos.

Negreira realizaba a mediados de los años 50 una sección fija que titulaba "El demonio a la oreja", en donde hablaba de personajes conocidos o de cuestiones actuales. Sin embargo, nunca hacia relatos literarios de inventiva propia. Y bajo esa cabecera recreó el timo del Stradivarius, que conoció por medio de un buen amigo de la víctima propiciatoria a quien confesó su pecado, "porque los amigos íntimos son frecuentemente los que más traicionan los secretos de los íntimos amigos", escribió con maldad indisimulada.

La sinopsis de su versión coincidía básicamente con las otras dos, puesto que del mismo timo se trababa. Pero resultaba más creíble por sus precisos detalles. Negreira identificaba al codicioso como don Isidoro, un vecino al que conocía bien. Situaba el escenario en su tienda, a donde acudieron sucesivamente los dos compinches para comprar sendos paraguas aquel día de lluvia. Luego, el primero comentaba su intención de venderlo por 5.000 pesetas y el segundo de comprarlo por 10.000 pesetas. Don Isidoro se vio ante la oportunidad de intermediar la operación y duplicar su inversión; así que no dudó en aventurarse.

Negreira añadía un detalle verosímil sobre el gancho, a quien situaba alojado en el Hotel Progreso, circunstancia que comunicó al comerciante durante su charla, con tarjeta suya incluida para darle una mayor confianza.

"La tarjeta le cayó al suelo -escribía al final de su relato- cuando llamó por teléfono y le informaron que el tal señor no se alojaba en el hotel".

Este pasó por ser el timo más famoso de la intrahistoria de Pontevedra.

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