Sostenía Hobbes, el padre de la filosofía política moderna, que el miedo compartido nos hace clarividentes y nos fuerza a la cooperación. Esta crisis está ayudando a recuperar en el terreno individual formas de vida y valores personales y familiares que habíamos arrinconado por el devenir acelerado de los tiempos. Debería también incitar a otros comportamientos colaborativos en el plano colectivo. España, y Galicia, llevan décadas retardando cambios profundos económicos y sociales para solventar algunos de los problemas estructurales que lastran su despegue. Pero si hubiera que elegir una reforma prioritaria, para multiplicar la efectividad de los recursos cada vez más escasos con los que vamos a tener que afrontar a partir de ahora necesidades ilimitadas, esa sería la educación.

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No existe algo tan liberador como la educación porque permite a los ciudadanos pensar sin ataduras y les proporciona un arma demoledora: independencia intelectual. No se trata de tener razón sino de razonar. La felicidad de muchos gobernantes actuales -al menos se comportan como si ese fuera su objetivo- consiste en fomentar políticas de rebaño: producir ciudadanos dóciles que no mediten, sino que militen en un bando, y que carezcan de sentido crítico. El que discrepa acaba señalado. El afán de tutela lo podemos comprobar con el estado de alarma. A los confinados se les imparten instrucciones para cualquier cosa, con precisiones inútiles porque resultan imposibles de verificar.

Esa nula confianza en la responsabilidad individual, esa concurrencia exagerada del partidismo, esa politización de todos los ámbitos y la conversión de la esfera pública en el paraíso de la consigna, dañan gravemente la calidad de nuestra democracia. Y evidencian síntomas de una enfermedad peor: el deterioro del sistema educativo. La enseñanza está en la base de lo que somos. Informarse deficientemente, dejar de hacerse preguntas, asumir cualquier bulo, renunciar al análisis ponderado, insultar desde las ventanas, comportarse sin civismo son algunos otros síntomas de este mal.

La emergencia sanitaria está haciendo saltar las costuras educativas y dejando al desnudo las carencias. Estamos ante otro agujero negro de competencias compartidas, como la sanidad, donde las directrices las imparte el Gobierno central, pero su ejecución, la gestión y el dinero depende de cada autonomía. Los profesores andan huérfanos ante el golpe, y los alumnos todavía más. Faltaron remedios -y ya transcurrieron cuarenta y tres días- sobre cómo impartir las clases y realizar los exámenes. Únicamente la disposición y buena voluntad de los maestros a título particular, incluso aportando sus medios, y la colaboración de las familias, en muchos casos abrumadas de ejercicios e instrucciones para sus hijos, permitió seguir manteniendo algo parecido a la docencia.

Solo importa una cosa: continuar aprendiendo bajo cualquier circunstancia porque enriquecer el conocimiento significa el punto de partida esencial para alcanzar un próspero futuro. Una Administración lenta y perezosa impidió organizar una respuesta ágil para mantener colegios, institutos y universidad a un nivel aceptable de rendimiento aun en condiciones tan extremas. Enseñanza y evaluación son dos caras inseparables de la misma moneda. La una no avanza sin la otra. Los mensajes de las autoridades durante estos días han ido justo en la dirección contraria. En vez de responsabilidad inculcan desgana y despreocupación. Ignorando la importancia del saber, porque nadie va a quedarse atrás, y minusvalorando los exámenes, enfocados como un trámite sin apenas relevancia, incentivan en realidad la desconexión de los alumnos y los condenan al fracaso. Por si fueran pocos los costes en déficit de formación de estos meses anómalos, quien desea estudiar en casa vive un desconcierto e incertidumbre totales, sin directrices claras ni saber a qué atenerse en cuanto a esfuerzo, pruebas y exigencia.

La enseñanza tenía que cambiar y muchas de las cosas que ocurren actuarán como acelerante de las transformaciones. Las clases telemáticas llegaron para quedarse cuando los centros cuenten con tecnología adecuada para que las plataformas no se cuelguen a diario, como ocurre en no pocos casos. Cerrar la brecha digital con la zona rural será entonces inaplazable para evitar más desigualdades. Habrá que evolucionar también para trasladar las lecciones de otra manera, adaptadas a los nuevos requerimientos. No cabe olvidar en paralelo el relanzamiento de la investigación y la ciencia.

Lo difícil no es llegar al poder sino saber utilizarlo: ¿Hay alguien ahí diseñando ya esto? Legislatura tras legislatura cambian las leyes educativas según la ideología del responsable que ocupe el mando. Reformar la educación de arriba a abajo, de una vez y para siempre, con el acuerdo de todos es la única tabla de salvación que nos queda para resurgir mejores y fuertes cuando superemos este desastre. No renunciemos al momento de oportunidad que, pese al derrumbe, ahora se abre.